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El jueves 27 de mayo se celebró ante la bendita imagen de nuestra Titular la XLII edición del Pregón de las Glorias de María. El pregón estuvo a cargo de nuestro hermano sacerdote D. Adrián Sanabria Mejido, siendo presentado por N.H. José Manuel Vélez Lloria.

A continuación se reproduce el texto del pregón pronunciado por D. Adrián Sanabria Mejido:

  

Apertura: Aquí me tienes.

“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” Permitidme que con las confiadas y benditas palabras que la Santísima Virgen María dijera ante la presencia misteriosa del ángel, inicie mi pregón, porque ante estas palabras sobra todo, ahí radica la gloria de María, ¿acaso hace falta decir algo más?, ¿acaso hay más belleza, generosidad, fe, amor y gloria que la de entregarse por completo al Señor?

Dicen que vale más una imagen que mil palabras y Ella es la imagen de este pregón. Porque ante Ella enmudece todo, basta sencillamente con callar, guardar silencio y contemplarla, ante Ella sobran los piropos, los elogios, la más florida poesía o la más soberana prosa, ante Ella lo idóneo es callar y mirar, mirar y amar, amar y dejarse seducir por su vida.

Amigos del Porvenir: Mirad conmigo a la Virgen, mirad a la que siempre está, mirad, como decía San Bernardo, a la mujer de los ojos grandes, mirad a la que nos sigue diciendo “haced lo que él os diga”.

Mirad conmigo a María, fijad los ojos en Ella y preguntémonos qué sería de nuestras vidas sin su mirada que serena, sin su esperanza que cautiva, sin su presencia que es rocío, sin su eco que acompaña, sin su mano en el rosario, sin su rostro en la amargura, sin su eco en la nostalgia, sin su luz y sin su vida.

Hermanos de la Paz, ¿os habéis preguntado alguna vez que sería de nuestras vidas sin Ella?

Como patio sin macetas,
Como reyes sin juguetes
O llanto sin consuelo.

Como monte sin su eco,
Como otoños sin lluvias,
Como noche sin estrellas,
o primavera sin su flor.

Como parque sin sus pinos,
Como amor sin te quiero
Como abuelos sin sus nietos,
o verano sin su sol.

Como calles sin sus niños,
Como octubre sin Rosarios,
Como incienso sin cornetas,
O amanecer sin su luz….

Como mares sin sus olas,
Como rezos sin plegarias
Como luz sin mediodía
O recreo sin chiquillos. Así es la vida sin ti.

Como canto sin sus palmas
Como Agosto sin jazmín
Como mayo sin rocío
o Alcalá sin su albero.

Como frío sin castañas
Como niño sin su madre,
Como novios sin proyectos
O cristiano sin su cruz… así es la vida sin ti.

Por eso, porque ante ti enmudece el aire, porque tú lo eres y colmas todo, porque tú eres manantial de esperanza que disipa las angustias y porque en ti descansa mi alma: mis primeras palabras han de ser para ti Reina y madre de la Paz, para decirte sencillamente que aquí me tienes:

Aquí me tienes madre santa,
espejo de caridad,
estandarte de inocencia,
letanía que rezar.

Aquí me tienes Agua viva,
dulce sierva de Caná
de pureza nueva Eva,
ideal de santidad.

Aquí me tienes flor de Mayo,
espejo de la verdad,
fuente eterna de esperanza
primavera de Bondad.

Aquí me tienes melodía,
canto alegre del amar,
del Señor su embajadora
y sinfonía al caminar.

Aquí me tienes relicario
Madre y reina de la paz
Del sediento agua fresca
y emperatriz en el amar.

Aquí me tienes madre eterna, fortaleza que nos sacias, porvenir de nuestras vidas, espadaña bendecida, Giralda de nuestras almas, agua fresca del camino, acacia, juncia y romero, sendero del peregrino, canto alegre que acompaña, estrella de la mañana y repique de campanas.

Aquí me tienes, Paz bendita, solo pedirte un deseo:

Si no supiera pregonar por mi falta de oratoria,
que tus glorias son eternas como cuentas del rosario
Que lo grite en el Sagrario, el Señor de la Victoria,
que entregado por nosotros, dio su vida en el Calvario.

 

Seamos pregoneros.

Señor Cura Párroco y Director Espiritual de la Hermandad, Señor Hermano Mayor y Junta de Gobierno, dignísimas representaciones, amigos y hermanos en el Señor de la Victoria y en la Paz que nos da su madre.

Dicen que cuando alguien encuentra en Jesucristo su camino, su verdad y vida, va adquiriendo la gracia de ver más allá de lo que la realidad presenta y es capaz de sacar frutos de la aridez o la miseria, y precisamente ese es el caso de mi presentador. Querido José Manuel, es tan grande tu amor al Señor y a su Santísima madre, que has visto en mí más allá de la realidad y sin duda te has esmerado en disimular mis miserias y te has esforzado, desde tu nobleza y calidad humana, en elogiar y hacer florecer en mí, dones y valores que, en la mayoría de las ocasiones, destacan por su ausencia. Muchas gracias amigo por tu presentación, a los dos nos une el honor de haber gestado y trabajado el inolvidable proceso de misión cofrade como preparación a la coronación de la Santísima Virgen que esta hermandad llevó a cabo.

Gracias a la Junta de Gobierno por invitarme a pregonar al mayor de los tesoros de esta hermandad. Os confieso que no soy merecedor de ocupar este atril, en primer lugar porque nunca he vestido la túnica nazarena de esta querida hermandad, ni siquiera he acompañado hasta la catedral a la madre y señora de la Paz en la tarde bendita del Domingo de Ramos. Tampoco asisto a los cultos que se celebran en honor a nuestros amantísimos titulares, como podéis ver mi curriculum cofrade carece de méritos para estar aquí, pero os revelo algo que tal vez pocos sabéis: yo he sido costalero de la Virgen de la Paz, sí, costalero, costalero de una especial chicotá que nunca olvidaré y que me sació de esa paz de la que la virgen es manantial y fuente.

Permitidme que destape por unos instantes el emotivo frasco de la nostalgia y os lo cuente: Fue en la noche del jueves 16 de junio del 2016. Con motivo de la misión cofrade preparatoria para la coronación de la Santísima Virgen, se celebró en esa noche, el segundo de los pregones misioneros que tuvieron lugar en aquella semana de evangelización. En el primer pregón puse mi estola sacerdotal al Señor de la Victoria, lo hice para pedirle fuerzas y luz para seguirle con coherencia y radicalidad todos los días de mi vida. En el segundo, que se hizo ante la virgen, tuvimos la oportunidad de orar ante Ella, de mirarla, de postrarnos ante su divinidad y de poner en sus manos de madre nuestros miedos y angustias. La celebración terminó en torno a media noche, poco a poco los hermanos fueron desalojando el templo, y yo permanecí durante un buen espacio de tiempo solo ante la Virgen, cara a cara, me atreví incluso a coger sus manos y depositar en Ella mis miedos y dudas. Me sentí como Juan, Santiago y Pedro en el monte Tabor, cuando el Señor se transfiguró ante ellos. Aquella noche, ante la Virgen, todo era silencio, la luz permanecía en penumbra, todo estaba impregnando del inconfundible perfume a damas de noches y jazmín que ya empezaban a despuntar y dejar su inigualable fragancia en el ambiente. Os puedo asegurar que esa paz, su paz, me sedujo, me cautivó. Después de orar ante Ella, el prioste de la hermandad, Alfredo de la Cerda, me invitó a trasladar a la Santísima Virgen desde el presbiterio hasta el Sagrario, mi compañero de aquella simbólica trabajadera fue D. Isacio, la chicotá fue silenciosa, breve, tan sólo el transitorio espacio del rezo de una Salve, la blancura del manto de la Virgen envolvía mis brazos, la carga de tantas oraciones puestas sobre Ella cayeron sobre mis manos, esa noche entendí cuánto sufre la Virgen, porque cuántas cargas, angustias y dolor depositamos sobre Ella. Esa noche, con el costal de los sentimientos y ceñido con la faja de la fe, fui patero, fijador y corriente de la Virgen de la Paz, esa noche, en aquella corta chicotá, quedé unido para siempre a Ella. Desde entonces surgió en mí una especial devoción hacia Ella, desde aquella noche os confieso que el cariño y el reconocimiento que le tengo a esta Hermandad, de la que desde entonces soy hermano, embargan mi corazón de un continuo compromiso de servicio hacia ella, por eso no pude decir que no a la invitación de este pregón y nunca podré decirle no a la hermanad. Espero no defraudar vuestra confianza.

Gracias a la agrupación musical Ntra. Sra. de la Encarnación de la hdad San Benito por embellecer con vuestros sones y compás esta bellísima estampa de primavera.

Pero gracias especialmente a todos los que estáis aquí, porque no venís a escuchar un pregón, vosotros, con vuestras vidas, escribís cada año un inédito y personal pregón de las glorias, y lo escribís porque queréis a la virgen, porque encontráis consuelo, alivio, esperanza, calma, ilusión y sosiego en el albor de su mirada, lo escribís porque en sus manos depositáis vuestras cruces, vuestros miedos, vuestras dudas y anhelos, sabiendo que Ella es vuestra cirinea, lo escribís porque os traba un pellizco el corazón cuando, el Domingo de Ramos, se abren las puertas del templo y los nazarenos alfombran de azahar las calles de Sevilla, y todo se vuelve pureza en el porvenir de vuestras vidas,lo escribís porque os emocionáis, cuando lloran los clarines de vuelta hacia su casa por ese parque de ensueño entre brisas de bonanza y promesas cumplidas, lo escribís porque cada año la estación de penitencia se convierte en nostalgia y recuerdos de un ayer que pasó, recordando a ese hermano que ya partió hacia el Señor. Lo escribís porque en vuestras carteras o bolsos, aparecen antiguas estampas de la virgen, gastadas y envejecidas y conocedoras de noches en velas en el hospital, de miedos, de sueños, de exámenes, de dudas, de oposiciones, de vidas y muerte. Lo escribís porque sabéis que con sólo mirarla, las tinieblas se merman y en la Victoria de su hijo descansáis vuestras dolencias. Lo escribís porque en vuestras mentes florecen y emergen constantemente aquel uno de octubre de coronación, entre repiques de campanas y rosarios encadenados, para decirle a la madre de Dios, bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza, reina y señora de la Paz.

Sí, hermanos, sí, todos somos artífices de un pregón, de una alabanza, de una exaltación a la madre de Dios, todos deberíamos pregonar lo que la Virgen nos hace experimentar, algunos tendremos la dicha de hacerlo desde este soberano atril, pero todos tenemos que pregonarla con nuestras vidas . Me atrevería a decir que cada día, se proclaman cientos de pregones, yo os pregunto ¿ Acaso no es un emotivo pregón el de esas abuelas que con cariño planchan cada año la túnica nazarena de sus nietos recordando con nostalgias ese ayer que pasó?, ¿acaso no es una apasionante pregón el de esos niños que realizan por primera vez su estación de penitencia con cirios que los superan en altura?, ¿ acaso no es un bello pregón el de los costaleros que poco a poco, siempre de frente, y con las llamadas muy cortas, dan la más bella “levantá” al Señor de la Victoria, o la Señora y reina de la paz?, ¿ y no es un florido pregón el de esas petaladas que llueven del cielo de manos de fieles devotos, que son piropos que nacen para la madre más hermosa, que es salud de los enfermos y estrella de la mañana? ¿ y cómo no mencionar el pregón de la obra social de esta hermandad siempre atenta y solicita con aquellas realidades que necesitan de ilusión, esperanza y consuelo?, ¿y acaso no es un excelso y brillante pregón el de tantos cientos de hermanos y devotos, que los dos últimos Domingos de Ramos, hicisteis en vuestros corazones la más dura y difícil estación de penitencia sabiendo ofrecer, orar, callar y esperar?

Hermanos de la Paz, no quiero convertir mi pregón en un sermón, ni mucho menos en un discurso apologético, pero permitidme que os exhorte y anime a que,como dice el Papa Francisco constantemente, nos convirtamos ahora más que nunca, en pregoneros de la fe, en pregoneros del Evangelio, en pregoneros del Señor, en pregoneros de María: porque vivimos en un mundo, tan falto de Dios, de amor y de esperanza, que es necesario que con sencillez, con valentía, con ardor y entusiasmo, profesemos nuestra fe y seamos pregoneros de la paz, pregoneros del amor, pregoneros que alcen la voz para elogiar su pureza.

Hermanos del Porvenir, seamos todos pregoneros, pregoneros de María, Si, pregoneros, pregoneros que elogiemos su vida, su entrega, su desvelo y esperanza, pregoneros que a cara descubierta, sin antifaz, cirio o costal, sin dalmática o incensario, sin bocina, vara o cirial, entonemos con ardor el sosiego que nos da el rocío de su paz, seamos todos pregoneros, pregoneros que en la calle, en la oficina, en la facultad, en el ocio, o el trabajo, anunciemos la alegría y esperanza que nos causa el saber que la virgen, reina y madre de la paz, nos concede su amistad.

Hermanos del Porvenir: ¡seamos todos pregoneros, si, pregoneros, con versos de caridad, con sonetos de añoranzas y prosas que glosen su paz. Seamos todos pregoneros, que elogiemos su bondad, que entonemos su esperanza y el sosiego que nos da. Seamos todos pregoneros, pregoneros que amparen y ayuden, pregoneros que abracen y acojan, pregoneros que extiendan sus manos y llamen al otro hermano!

¡Seamos todo pregoneros, sí pregoneros, de su gloria y caminar, de su fiat generoso y firmeza al confiar, de su gracia soberana y dulzura en el rezar!.

¡Seamos todos pregoneros, sí, pregoneros, pregoneros que irradien verdad, que alentemos al cansado y se cansó de buscar, seamos todos pregoneros, unidos, en hermandad, de aquella que fue concebida sin pecado original!

¡Seamos todos pregoneros, sí pregoneros, pregoneros que exclamen a voces que en su seno virginal se engendró nuestra victoria, aquél que abrazó el madero, para dar su vida en el Calvario, y que es tan grande su compasión, que se hace eterno en el Sagrario!

 

Las glorias de María.

El pregón que estoy compartiendo con vosotros comencé a esbozarlo hace muchísimo tiempo, fue en la tarde del Domingo de Pasión del año 2020, Domingo de pregón, sin duda, el Domingo de Pasión más triste y extraño que jamás he vivido. Como veis he tenido más que tiempo para pensar, redactar y escribir lo que os quería decir, aquel día, confinado en mi casa, fueron fluyendo los párrafos y las ideas aún sabiendo que no habría pregón de las glorias hasta el siguiente año. Mientras escribía pronto me sentí desbordado de ideas, detalles y dudas, porque ¿ cómo narrar en poco más de media hora, lo que significa la Virgen para nosotros? ¿qué omitir de su vida?,¿ qué no expresar de Ella? Reparé en que en María todo es gloria, porque gloriosas fueron sus manos, y sus labios, y su templanza y su corazón. Ella, como decía san Pablo VI, en la preciosa exhortación apostólica Marialis cultus, es madre y maestra para la vida espiritual, porque en Ella todo es perfecto, todo es loable, todo es santo, todo es glorioso.

Así es, en María todo es gloria. Gloriosa fue su inmediata respuesta al anuncio del ángel, dejando su yo en manos de Dios, siendo como barro en manos de alfarero, permitiendo que Dios hiciera en Ella y desde Ella su plan de salvación. En seis palabras está recogida toda la síntesis mariológica de la iglesia: “ Hágase en mí según tu palabra”, ¿cabe decir algo más? Ahí radica la esencia de María, en ser de Dios. María no se pertenece, Ella es de Dios y en Dios de nosotros. Esa fue su bendita gloria, hacer de su vida una continua ofrenda, una perpetua entrega.

Y si gloriosa fue su fe, más aún lo fue su actitud de estar en camino, siempre en camino, en camino parte a servir a su prima Isabel y, desde ella, nos sigue atendiendo a nosotros, sus hijos. La Santísima Virgen María fue la primera misionera, Ella fue la primera custodia de la humanidad, una custodia carente de perlas, diamantes, o brillantes; una custodia, sencilla, fraguada en el crisol celestial del amor y la entrega. Ella, en su estar siempre en camino, nos recuerda que también nosotros hemos de vivir en camino anunciando la alegría del evangelio a los hermanos.

¿Y acaso no fue glorioso el magníficat de esperanza que la madre de Dios profesó, a voz en grito, porque el poderoso había hecho obras grandes en ella? Creo que no hay pregón de las glorias más hermoso, más sublime, más excelso y loable que el que pronunció la Santísima Virgen ante su prima Isabel: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava….¿ Qué más se puede decir?

¿Y cómo no hacer mención a las glorias de María, al dar a luz al Salvador? fue en su vientre donde se fue formando la palabra hecha carne y en Ella donde fue tomando la semejanza humana. ¿ Y no os parece glorioso que no hubiera posada, ni el más sencillo lugar donde Dios hecho niño naciera?, ¿ y qué me decís de que la luna y las estrellas fueran las más nobles matronas y el vaho de una mula y buey el calor que lo cubriera? Ese es nuestro Dios, un Dios que todo lo hace distinto, que todo lo llena de humildad; y allí estaba María, ofreciéndose y viviéndolo todo con paz, con esa paz de la que Ella es reina y señora. Allí estaba María, sin entender nada, pero agradecida, siempre agradecida y meditándolo y guardándolo todo en su corazón. ¡Qué grande el corazón de María! ¡Cuántas cosas guardaba y sigue guardando! En el corazón de la Virgen de la Paz están nuestros nombres, nuestros miedos, nuestras dudas, en el corazón de la virgen de la Paz estamos sus hijos. El corazón de la Virgen es otra bendita gloria.

Y no podemos olvidar las glorias de María al contemplarla viviendo junto a José, el casto y bueno de san José, y junto al niño Jesús, la plenitud de la familia, convirtiendo el hogar de Nazaret, como nos decía San Juan Pablo II, en una iglesia doméstica, icono para nuestras familias. Desde entonces la Santísima Virgen María es reina de la familia.

¿Y cómo pasar por alto aquella boda en Caná donde faltó el vino? Y de nuevo la Virgen brinda las más apropiadas palabras: ¡haced lo que Él os diga! Hoy, a nuestro mundo, a nosotros, también nos está faltando el vino, porque basta mirar a nuestro entorno y ver ¡ cuánta tristeza, cuanto dolor, cuanta violencia, cuanta desesperanza, cuanta gente perdida, cuanta tristeza, cuantas personas que buscan la felicidad en lo inmediato, en un carpe diem desenfrenado que no conduce a nada, cuanta cultura de la muerte, como expresaba el siempre recordado San Juan Pablo II!, y la Virgen nos vuelve a decir: “Haced lo que Él os diga”.

La Santísima Virgen de la Paz, desde el Sagrario de esta parroquia repite una y otra vez “ haced lo que mi hijo os diga”, y cada Domingo de Ramos, mientras recorre las calles que la llevan a la seo hispalense vuelve a proclamarlo: “haced siempre lo que Él os diga, poned en su Victoria vuestras vidas”. Esa es la gloria de María, el llevarnos siempre a Jesús, el poder descansar, desde Ella, en su hijo.

Como podéis observar estoy recorriendo cronológicamente la vida de la Santísima virgen María y no faltan motivos y detalles para elogiar sus virtudes y sus continuas glorias, pero sin duda hay un acontecimiento en su vida en el que la gloria toma su máxima expresión y no me refiero al hecho de la resurrección del Señor que da plenitud a nuestra fe y esperanza, y que curiosamente la Virgen María no tuvo que presenciar, ni siquiera necesitó que su hijo se le apareciera, porque Ella tenía grabado en su alma que para Dios nada era imposible y que su hijo resucitaría, vencería a la muerte. Tampoco me refiero a la gracia divina de Pentecostés cuando, como nos narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, estando en el cenáculo la Virgen junto a los discípulos, el Espíritu Santo descendió sobre ellos en forma de lenguas de fuego y derramó el rocío de su gracia sobre ellos. Permitidme, que para narraros ese acontecimiento, que bajo mi punto de vista hace que las glorias de María alcancen su máxima expresión os proclame el Evangelio de Juan, dice así: junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya.

Confieso que este relato siempre me estremeció, porque ¿cabe más sufrimiento que ver sufrir a un hijo?, ¿existe mayor dolor que el ver a un hijo agonizar?. Entre ustedes, los que estáis escuchándome, muchos sois padres, permitidme que os pregunte ¿hay algo que duela más que un hijo? La respuesta es obvia : nada hay que conmueva más que el sufrimiento de un hijo .Y la virgen María aparece serena, rota de sufrimiento, pero de pie, junto a su hijo, con su corazón partido, con su vida truncada, desgarrada de dolor, pero de pie junto al Señor, de pie junto a Dios. Esa es su gloria, estar de pie, siempre de pie junto al Señor, ofreciendo su dolor por la humanidad, convirtiéndose en corredentora de la gracia. Y hoy, en nuestra bendita madre de la Paz, sigue estando de pie, sigue de pie junto al perdido, de pie junto al que sufre, de pie junto al que llora, de pie junto al enfermo, de pie junto al que se cansó de esperar, de pie junto al que perdió la esperanza. ¡Bendita gloria la de María, estar de pie junto al Señor, de pie, siempre de pie, junto a nosotros!¿ hay gloria más grande?

Y el culmen de su gloria es que el Señor, en Juan, nos la ofreciera como madre: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Permitidme que, al respecto, os cuente una historia que, os aseguro, marcó y sigue marcando mi vida: hay en mi parroquia una niña a la que hace un par de años tuve la suerte de darle su primera comunión. Ella tiene una enfermedad de esas que llaman raras y desgraciadamente conforme va pasando el tiempo va perdiendo audición y visión, algún día, y me temo que queda poco, será totalmente sorda y ciega. Es una niña especial, no falta ningún domingo a misa, comulga con una emoción que os confieso me estremece. Con frecuencia, como si yo fuera frágil barro en manos del alfarero, toca esmeradamente mi cara para imaginarse cómo soy, en ese momento me siento como aquel leproso que le dijo a Jesús “ Señor si quieres puedes curarme”, en sus manos experimento las manos de Dios, ella es todo amor.

Mirad, todos los sábados y domingos, a la santa hora del Ángelus, cientos de niños de mi parroquia, con sus padres, celebran el misterio de nuestra fe a través de la misa familiar, afortunadamente es una misa muy participativa y consolidada. En una de esas misas previas a la primera comunión, centramos la reflexión en la Virgen María, yo les pregunté a los niños cómo pensaban que sería la Virgen, qué rostro tendría, y ella, con el alma llena de inocencia y pureza, pero con la sabiduría de una mismísima doctora de la iglesia dijo: “yo no sé cómo es la Virgen, solo sé que es mi madre y yo la llamo mamá”. “Yo la llamo mamá”, esa frase, desde entonces, revolotea mi alma y va y viene a mi mente una y otra vez como una lenta chicotá por las cañada de la fe: “yo la llamo mamá”, porque esa es su gloria, el ser, a pesar de nuestros pecados, nuestras miserias, nuestras torpezas, nuestras incoherencias y nuestros fallos, nuestra madre, nuestra mamá. Hermanos, ¿Cabe gloria más grande que la de poder llamar a la Virgen María mamá?, ¿Y cabe fe más pura, más limpia, más plena, más de Dios que la de esa niña que llama a la virgen mamá?,¿cabe poema más bello, soneto más exacto, rima más medida, oración más profunda, exaltación más clara que la de llamar mamá a la madre de Dios? Por eso, permitidme que por unos instantes se cree un momento de intimidad entre la Virgen y yo, para poder mirarla y llamarla en esta tarde, sencillamente mamá:

Déjame el poder llamarte
ahora y siempre, a ti mamá.
descansar en tu regazo
Y soñar con tu amistad
y poder sentir tu aliento
que me anima a confiar.

Déjame el poder llamarte
reina y madre a ti, mamá.
porque fuiste concebida
sin pecado original
porque eres agua fresca
que al sediento tu te das.

Déjame el poder llamarte
flor hermosa, a ti mamá.
porque sé que tu me cuidas
porque sé que a mí te das
cuando invoco yo tu nombre
reina, madre de bondad.

Déjame el poder llamarte
ahora y siempre a ti mamá,
y grabar en mis adentros
que de pie siempre estarás
cuando llegue el sufrimiento
que me impida caminar.

Y cuando llegue el momento en que llame a mi la muerte
Si el Señor me concede junto a ti poder estar,
Clamaré con pasión como prenda de mi suerte
Que eres tú paz bendita, mi victoria y mi mamá

 

La gloria de la hermandad.

Como habéis podido comprobar he ido narrando las glorias de María que la Palabra de Dios, acompasadamente, con rotundidad y vivacidad, nos presenta. Permitidme ahora que recaiga sobre este atril mi condición de sacerdote para hablaros de otra gloria, una gloria celestial pero a su vez muy terrenal, una gloria que vosotros conocéis mejor que yo, una gloria que vosotros estáis construyendo día a día, una gloria que curiosamente depende de vosotros, una gloria que nació en Sevilla, una gloria que nunca se acabará, una gloria que es una noble herencia trasferida de padres a hijos, de abuelos a nietos, de amigos a amigos. Una gloria que tiene un templo: San Sebastián y un lugar en Sevilla: el Porvenir. Una gloria que tiene un ayer y un eterno mañana, que comenzó a fraguarse en el año 1939. Decir 1939 es hacer mención a un momento importante para España, se acababa de superar un “coronavirus” que duró tres años, el peor “coronavirus” que ha vivido España: La guerra Civil. El antídoto fue la unión de tres letras que suenan a sinfonía, a ilusión, a frescura y a vida: Paz.

Y la paz llegada a España, a Sevilla, en aquel año, necesitaba tener rostros y qué mejores rostros, qué mejor imagen que la del Señor de la Victoria y la Santísima Virgen de la Paz.

Dicen que fueron jóvenes valientes los que soñaron y trabajaron para que se fundara esta hermandad, hermandad que hoy es soberana y que hace que desde entonces cada Domingo de Ramos, Sevilla huela a pureza, a victoria y a bondad, y que las calles se hagan eco de un clamor celestial al hablar de la Virgen: “ no fue Illanes el que con fe la tallara, sino ángeles del cielo, los que esculpieron su cara”. Y desde hace 82 años hay una gloria muy sevillana que se conoce popularmente como Hdad. de la Paz, y como os decía, esta gloria depende de vosotros, porque esa gloria sois vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, que tenéis que ir construyéndola día a día, es la gloria de la fraternidad y del compromiso cristiano que desde ella tenéis que vivir, es la gloria de la vivencia plena de la fe, la gloria de dejar que la Virgen vaya marcando y guiando vuestras vidas, la gloria de ser capaces de dar razón de vuestra fe en estos momentos difíciles y áridos donde la secularización está llamando a muchas puertas. Ese ha de ser vuestro compromiso, hacer de esta hermandad un continuo y florido ramillete de glorias para María.

Os decía que este pregón comencé a escribirlo hace más de un año, en la tarde del domingo de pasión del año 2020 y lo finalicé, quince días más tarde, en la tarde del Domingo de resurrección, lo terminé con el gozo agridulce de saber que, aunque confinado en casa y sin poder celebrarlo con mi comunidad parroquial, Cristo había vencido a la muerte, y que él es el alfa y la omega, es la Victoria segura que da plenitud a nuestras vidas.

Cuando lo escribí, aunque lo hice mucho tiempo antes de que fuera proclamado, me propuse no cambiar absolutamente nada, me planteé dejarlo dormir en el silencio de la cotidianeidad y el rachear de los días y sólo repasarlo un par de semanas antes de pronunciarlo, y así ha sido, hasta hace unas semanas, no he vuelto a leer el pregón y salvo algunos retoques en los últimos párrafos, no he cambiado ni una coma, ni un acento, ni una palabra, y ya veis, el pregón está a pocas líneas de su fin, estoy a punto de decir he dicho y lo hago con la esperanza puesta en el próximo Domingo de Ramos, a punto de decir, he dicho, con la certeza del triunfo de la Victoria de Cristo resucitado que nos colma de gozo y luz.

A punto de decir, he dicho, con el gozo de la celebración del pasado domingo: como recordaréis fue Pentecostés, solemnidad de la que la virgen de la Paz es icono y Paloma que alza su vuelo para mostrarnos el camino. A punto de decir, he dicho, sabiendo que Ella, sólo Ella, lo llena todo de Paz.

No puedo terminar este pregón sin poner en manos de la Santísima Virgen, que es salud de los enfermos y madre de la Esperanza, el fin de esta pandemia y la confianza para creer y confiar en que todo pasará, llegará un nuevo amanecer y una nueva primavera y todo lo acaecido será una quimera que nos hizo sufrir, pero estoy convencido que también nos hizo madurar, aprender y lo más importante amarnos más. Y llegará una nueva cuaresma, y un nuevo Domingo de Ramos, porque como decía el poeta “la vida es un sueño, un constante soñar”, y seguiremos soñando con verla llegar al parque al son de la primavera y soñaremos con la Giralda, clarines y chiquillos y con el Porvenir repleto de nazarenos blancos, como decía Quico Berjano, nazarenos blancos de la Paz.

Al cielo con ella.

Los últimos tramos de nazarenos ya han salido, los ciriales ya están en la puerta y el humo cristalino de los incensarios hacen que todo parezca un Tabor de esperanza. El capataz levantando el faldón del paso de la Virgen se dispone a llamar, las almas costaleras se preparan para levantar al cielo a la Reina de la Paz:

“Voy a llamar costaleros, ¡Vamos al cielo con Ella, a Ella siempre el honor, la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos!. Amén”.

He dicho.

Adrián Sanabria Mejido, sacerdote.