Siento una profunda alegría y un inmenso honor que las humildes palabras de este hermano queden plasmadas en nuestra web y donde solo pretendo con esta historia hacerles sentir cual es la grandeza de nuestra querida hermandad de la Paz.

Nací en la españolísima ciudad de Ceuta, conocida como la perla del Mediterráneo, situada en el norte de África y a la cual el estrecho de Gibraltar separa de la Península y a la que se accede surcando los mares. Ciudad singular donde las haya, coqueta, bonita y muy hospitalaria, ciudad con un gran patrimonio cofrade y que siempre se ha fijado para su engrandecimiento en la madre de las semanas santas.

Y aquí es donde comienza mi historia, no sabría explicar el motivo exacto de porqué la Paz, de porqué el Porvenir.

Pudo ser porque la primera vez que pise está bendita tierra en aquel Domingo de Ramos de 1990, vi venir al Señor de la Victoria majestuoso como siempre, caminando elegante entre nazarenos blancos y acompañado por un barrio que lo aclamaba en cualquiera de sus chicotás.

Pudo ser mi atracción hacia el escuadrón de la Paz y que por vínculo profesional tanta admiración me produjo durante tantos años.

También pudo ser la cantidad de veces que al pernoctar en la residencia militar junto a mis padres, me hacían buscar una iglesia donde encontraba unos titulares que me hacían sentir como en mi propia casa, o por el contrario pudo ser aquella añorada foto de mi abuelo con su uniforme de regulares acompañando al Señor en su presidencia por el Parque.

Cualquiera de ellas me valió para saber que esta era mi hermandad y de la cual cada día estoy más orgulloso de pertenecer.

Hace ya ocho primaveras, en una noche del aquel mes de marzo, me desperté con mi cuerpo paralizado desde el cuello hasta los pies y donde solo podía mover la cabeza con cierta dificultad, no sabía lo que me pasaba y lo peor es que a partir de ahí no sabría qué sería de mi vida. En aquellas horas en las que esperé a que amaneciera y así conseguir que mis hijos se marcharan al colegio y no me viesen en aquel triste estado, muchos fueron los pensamientos que por mi cabeza pasaron, pensé que me vida se acababa, que igual nunca más volvería a caminar o que sería un invalido pero con la cabeza en perfecto estado.

Por suerte para mí, estuve tranquilo e intente serenarme y encomendarme a Él y a su bendita madre y a los que solo les pedí que me permitiesen mover los brazos y así poder seguir abrazando a mis hijos. No puedo olvidar el momento en el que vi en aquella habitación oscura la cara serena del Señor de la Victoria y lo que me transmitió, ahora me tocaba a mí coger mi cruz e intentar seguir viviendo, seguir en el camino sin saber cuál sería mi destino.

Once días duro aquel calvario que viví y en dónde en aquel hospital gaditano se sucedieron situaciones indescriptibles y que se quedan grabadas a fuego en uno mismo, y donde un día y después de mil pruebas pude sentir de nuevo que poco a poco mi cuerpo revivía. Larga y lenta fue mi recuperación pero le tenía a Él y sí Él pudo caminar con el peso de la Cruz, yo también tenía que poder; A los seis meses conseguí la primera meta que me marqué y que no fue otra que volver a montarme en un caballo y continuar como jinete profesional que es a lo que me dedico en mi vida diaria.

La segunda meta aún no la he conseguido, pero lucho por ello, le prometí que algún día sería sus pies, le prometí que algún día le haría caminar como un día él lo hizo conmigo.

Les aseguro, mis queridos hermanos que después de algo así la vida se ve de otra manera, cualquier cosa es posible y si no me quedé en aquella cama es porque mi vida aún tendría mucho que dar.

En breve tendré una nueva oportunidad, de nuevo estaré en la ansiada igualá, muchos seremos los aspirantes que soñaremos con un hueco de nuestra talla aun sabiendo lo difícil que es ya que por suerte para nuestra hermandad, tenemos un pedazo de cuadrilla de la cual para los que la forman debe ser el mayor de los honores.

Si no lo consigo, ahí seguiré, cogeré todos los barcos necesarios para acudir a los ensayos, estaré cerca de los amigos que voy haciendo, disfrutaré con la maestría del equipo de capataces y de los cuales aprendemos los que estamos por fuera y llevamos el arte de la costalería en las venas, me sentiré por unas horas como en casa, en un barrio que me acoge, y lo más importante, sintiéndome querido por la gente de mi hermandad. De madrugada volveré a mi tierra, indudablemente con sabor agridulce pero con la satisfacción de lo vivido y con la ilusión de volver a intentarlo de nuevo, esperaré a mi barco mañanero y a empezar de nuevo.

Si no lo consigo volveré a caminar junto a Él en el próximo Domingo de Ramos, no seré sus pies este año, pero algún día seré un Legionario del Porvenir y llevaré su Cruz como el llevó la mía.

Javier Pérez López