Los textos y meditaciones que se irán incorporando en el programa de formación online de nuestra Hermandad de la Paz son propuestas para sostener la búsqueda de Dios en el silencio y la oración y, en la medida de lo posible, compartirla en familia. Se trata de disponer de un rato de tranquilidad para leer en silencio los textos que se sugieren y que, en algunos casos irán acompañados de un breve comentario o preguntas para la reflexión. Pudiendo finalizar el rato de recogimiento con un breve tiempo de oración.
Busca un lugar recogido y en el que puedas evitar distracciones. Si lo deseas puedes tener contigo una imagen del Señor de la Victoria o de María Stma. de la Paz que te ayude a interiorizar la lectura propuesta.
El duodécimo documento reflexiona sobre algo tan cercano a la vocación de nuestra Hermandad como es la paz que viene de Dios.
Salmo 35 : Dios, hazte cargo de la violencia que me habita
Pleitea, Señor, con los que me ponen pleito,
combate con los que me combaten;
empuña el escudo y la adarga,
levántate para auxiliarme.
desenfunda la lanza y cierra
contra los que me persiguen;
dime: ¡Yo soy tu victoria!
(…)
Que se alegren y griten de júbilo
los que desean mi victoria,
y digan siempre: » ¡Sea enaltecido el Señor,
que da la paz a su siervo! »
Y mi lengua anunciará tu justicia
y tu alabanza todo el día.
(Salmo 35,1-3.27-28)
Las palabras son armas afiladas. El cantor de este salmo decidió usar el lenguaje con este propósito. No para atacar, sino para defenderse. No tiene más protección frente a los violentos e infieles, así que intenta encontrar en Dios lo que los malhechores le han arrebatado. Aquello que le han quitado: la posibilidad misma de la comunicación. La violencia nos ataca en nuestra habilidad para establecer vínculos y salir del aislamiento. Mediante falsos testigos, acusaciones falsas, al destruir la reputación de alguien, rompemos los cimientos de su personalidad. Un acto violento toca una verdad que hay en nosotros y quien lo perpetra manipula esta verdad de modo que la vida se vuelve estéril. (v. 12)
La persona que recita o canta este salmo quiere expresar a Dios el sinsentido de tal ataque: «sin motivo me escondían redes y me cavaban zanjas mortales» (v. 7); «me odian sin razón» (v. 19). El deseo de que Dios reconozca lo absurdo de la situación así como su estatus de víctima es la primera motivación del autor de este largo poema de sufrimiento: «Tú lo has visto, Señor, no te calles»; (v. 22) «levántate, Dios mío, Señor mío, defiende mi causa» (v. 23). Saberse reconocido permite restablecer la comunicación, procura un alivio que se manifiesta en gritos de alabanza que nos resultan chocantes en medio de tal lamentación : «festejaré al Señor y celebraré su victoria». (v. 9)
Otra motivación para el salmo es encontrar en Dios la certeza de que el mal se volverá contra quienes lo ejercen : «que los enrede la red que escondieron y caigan en la zanja que cavaron» (v. 8) La presencia de Dios es como un espejo que se sostiene ante el malhechor, quien se convierte en víctima de sí mismo y cae en su propia trampa.
Pero Dios también protege al salmista del deseo de devolver mal por mal. Seguramente, esta es la motivación final del canto. Esto es lo que hace los salmos de acusación insuperables : en ellos nos atrevemos a hacer a Dios testigo de nuestra necesidad de violencia. Al pedirle que se ocupe de traer la justicia, abandonamos toda tentativa de hacerlo nosotros. En términos políticos, Dios ostenta el «ministerio real» al ejercer la justicia ; él tiene el monopolio de la misma. Sólo él posee la autoridad para determinar el bien y el mal. Nada de milicias privadas ni ajustes de cuentas. Al pedir a Dios que se encargue de restablecer la justicia ya no corremos el peligro de caer en el peligroso círculo de la venganza. Incluso si algunas expresiones parecen rozar peligrosamente la ley del Talión («Pleitea, Señor, con los que me ponen pleito» no queda muy lejos de «ojo por ojo y diente por diente»), al entrar en escena Dios impide que caiga víctima de mi propia violencia.
Expresar las cosas con palabras es ya una manera de contemporizar, al hacerlo posponemos nuestras acciones y finalmente confiamos a Dios lo que nos resulta insoportable quedarnos para nosotros mismos. La confianza ha de saber tomar esos caminos. Tal y como le gustaba repetir al hermano Roger, «Dios se ocupa de lo que nos preocupa».
PREGUNTAS
- ¿Cómo hacer para no conceder demasiado espacio en nosotros a los sentimientos de injustica?
- ¿Puede Dios encargarse de mi rabia, mis estallidos de ir ?
- ¿Puedo decirle a Dios cualquier cosa?