Los textos y meditaciones que se irán incorporando en el programa de formación online de nuestra Hermandad de la Paz son propuestas para sostener la búsqueda de Dios en el silencio y la oración y, en la medida de lo posible, compartirla en familia. Se trata de disponer de un rato de tranquilidad para leer en silencio los textos que se sugieren y que, en algunos casos irán acompañados de un breve comentario o preguntas para la reflexión. Pudiendo finalizar el rato de recogimiento con un breve tiempo de oración.
Busca un lugar recogido y en el que puedas evitar distracciones. Si lo deseas puedes tener contigo una imagen del Señor de la Victoria o de María Stma. de la Paz que te ayude a interiorizar la lectura propuesta.
El undécimo documento reflexiona sobre un texto tan conocido como es el de la multiplicación de los panes y los peces, lo que nos permite dejarnos sorprender por la Palabra ya conocida.
Dar sentido a nuestras vidas
Apocalipsis 3, 14-16.19-20: Cristo a la puerta de nuestras vidas
Cristo resucitado dice: «Al ángel de la Iglesia de Laodicea escríbele: Así dice el Amén, el testigo fidedigno y veraz, el principio de la creación de Dios: Conozco tus obras, no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; pero como eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. […] A los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. (Apocalipsis 3,14-16.19-20)
Estas palabras provienen del libro del Apocalipsis, al final de la Biblia. Están destinadas a la iglesia de una ciudad llamada Laodicea. Al leer todo el pasaje que enmarca el fragmento que hemos escuchado, puede parecer que los cristianos de esta ciudad se están perdiendo sus vidas. No son ni fríos ni calientes, dice el texto. No están a favor de nada, ni en contra. Son tibios.
¿Podrían haber perdido el sentido de sus vidas? Ya no creen que pueda haber nada que buscar o que hacer. Se han vuelto autocomplacientes, indiferentes y desinteresados. Les da igual cómo vayan las cosas. Piensan que no necesitan nada, ni a nadie. Se contentan con lo que consideran sus riquezas, sus posibilidades, sus habilidades.
A través de este texto del Apocalipsis, Jesús les invita – y a nosotros con ellos – a reconocer sus carencias, a buscar su riqueza en Dios, a elegir, a comprometerse, en una palabra: a vivir. Es esta llamada a la vida la que Cristo nos dirige cuando llama a nuestra puerta. Es como si nos estuviera diciendo a todos y cada uno: en tu existencia, no lo tienes todo, hay una dimensión de profundidad que podrías aún descubrir. Ten pues celo, ¡puedes vivir de otra manera!
Con Cristo, es la vida, la verdadera vida, la que llama a nuestra puerta para que reconozcamos en ella a Dios. No en manifestaciones fuera de lo normal o en acontecimientos extraordinarios, sino en la humilde cotidianidad de nuestras existencias. Como ya en su día experimentó el profeta Elías: Dios rara vez derriba nuestras puertas con un terremoto, un incendio o una tormenta. Mucho más a menudo, se nos acerca con discreción y nos invita a discernir su presencia. (cf. 1 Reyes 19)
Todo en nuestra vida puede acercarnos a él. Los acontecimientos felices y desgraciados son otras tantas oportunidades para volvernos hacia Dios para expresarle nuestra alabanza o nuestro lamento. Podríamos ver en el relieve de un paisaje o el vuelo de un pájaro la huella de la mano del Creador. Podríamos discernir en el rostro de la persona con la que nos encontramos los rasgos de Cristo. Podríamos descubrir en una intuición inesperada el soplo del Espíritu.
Todo puede convertirse en un lugar de presencia de Dios. Pero, incluso cuando velamos por ello, esto no se produce de manera automática. Puede ser bien cierto que Cristo llama a nuestra puerta, pero no siempre le oímos.
Es por ello que el principio del Apocalipsis dice repetidas veces «El que tenga oídos, que escuche…». No hay nada automático, pero hay esta promesa: «Entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.» Es Dios el que actúa, es Cristo el que viene a nosotros; y cuando oímos su palabra, es una comunión lo que se instaura. El texto lo expresa con esta imagen de intimidad que es una comida compartida.
Cuando no logramos oírle, una actitud sigue siendo posible. Aquella con la que finaliza el libro del Apocalipsis. Leemos en él: «El Espíritu y la Novia dicen: «¡Ven!» Y el que oiga esto diga también: «¡Ven!»» (Apocalipsis 22,17) Cuando no sentimos nada de la presencia de Dios en nuestras vidas, también nosotros podemos clamar: «¡Ven!»
PREGUNTAS
- ¿Qué significa ser ni frío ni caliente? ¿Hasta qué punto este retrato de los creyentes de Laodicea describe nuestro mundo actual, nuestras comunidades cristianas? ¿Podemos hacer algo al respecto?
- ¿Cómo hoy está llamando Cristo a nuestra puerta? ¿Cómo escuchar esta llamada? ¿Cómo abrirle la puerta?