A continuación se publica el texto íntegro de la conferencia pronunciada por nuestro hermano Félix Arenado Sampil, el pasado día 8 de abril, en el marco del Foro Nuestro Padre Jesús de la Victoria.
CREO EN LA IGLESIA
Créanme si les digo que en estos momentos tengo sentimientos encontrados, por un lado, tengo el típico miedo escénico de alguien que no está acostumbrado a hablar en público, por otro lado, me siento en casa, es mi Hermandad, es mi parroquia, aquí me bautice, es mi barrio, mi familia, donde crecí, donde hoy hablar de Jesús, una vida llena de recuerdos.
Vivencias imborrables y felices, aunque como decía Antonio Machado,” de toda la memoria solo vale el don preclaro de evocar los sueños”.
Creo que es una temeridad haberme encargado esta reflexión, pero una vez que el Hm me ha invitado a compartir con todos ustedes estas ideas, considero que por el mismo hecho de creer, o mejor dicho, de amar a la Iglesia, estoy obligado a ello, lo mismo que estarían todos ustedes.
Cada vez que rezamos el credo, cada vez que proclamamos nuestra fe, decimos “Creo en la iglesia que es una santa católica y apostólica”. Y yo me pregunto. ¿Que es para mí creer en la iglesia?, ¿Por qué creo yo en la Iglesia?,¿Qué supone en mi vida diaria, en mis relaciones interpersonales, en la vida cotidiana creer en la iglesia?, ¿en qué Iglesia creo yo?.
Una primera respuesta no puede ser otra que creo en la iglesia porque esa fe, esa creencia me ha sido transmitida.
Nuestro Señor Jesucristo instituyo su iglesia, nombro a Pedro cabeza de esta y encargo a sus discípulos “Id al mundo entero y proclamad el evangelio”.
En los hechos de los apóstoles, se nos dice, Una vez que Jesucristo hubo ascendido al Cielo, los testigos de aquel hecho maravilloso regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está cerca de Jerusalén a la distancia de un camino permitido el sábado. Y cuando llegaron, subieron al Cenáculo donde vivían Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo , Simón el Zelotes, y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y sus hermanos (Hch 1, 12-14).
«Perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y sus hermanos». Y así, llegó el Espíritu Santo.
Cumplían el mandato de Jesús, que les había dicho que aguardaran en la Ciudad Santa el envío del Consolador prometido. Fueron días de espera, todos alrededor de María.
Por fin, al cumplirse los días de Pentecostés, sobrevino del cielo un ruido, como de viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban. Entonces se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo (Hch 2, 2-4).
Esto hizo que salieran de sí mismo para comenzar el trabajo encargado. Pero hay un hecho que considero decisivo, perfecto y precioso, y María estaba con ellos.
Es decir, María una vez más tiene el privilegio de estar presente en un momento crucial.
Porque como decía san Luis María Griñón de Monfort María no es el centro, pero está en el centro.
María siempre estará presente en la iglesia a partir de ese momento como mediadora e intercesora de la Iglesia de Cristo.
A partir de ese momento la iglesia por la acción de Espíritu y la mediación de María empieza a expandirse y recorrer el largo camino que la llevara al encuentro definitivo con Cristo.
Si los primeros apóstoles no hubieran llevado a cabo la misión encomendada, hoy yo no creería en a iglesia porque no la conocería, si los primeros mártires, no hubieran derramado su sangre por seguir a Cristo yo hoy no creería en la iglesia porque no la conocería, Si Pablo no hubiera sido apóstol de los gentiles yo no creería en la iglesia porque no la conocería. Si mis padres no me hubieran llevado a la Iglesia de niño y no me hubieran hablado de Jesús, yo no conocería la Iglesia, esa es una deuda impagable con mis padres.
Esta Iglesia que se ha ido forjando a través de los siglos en las diversas épocas que ha vivido, es la Iglesia en al que yo creo, tan humana y al mismo tiempo de Cristo, una Iglesia formada por hombres tan santos y tan pecadores que son el reflejo mismo de mi existencia vital.
Porque creo en la iglesia de hombres cuya inteligencia es proverbial como Agustin o Tomas de Aquino y al mismo tiempo la iglesia del santo cura de Ars, que no lo querían dejar ordenarse por que tenía mucha dificultad en los estudios o san Alonso Martinez que fue hermano y no canto misa porque era incapaz de aprenderse una lección y sin embargo llegaron a las más altas cotas de la santidad. Uno desde el confesionario de su parroquia y el otro desde la portería del colegio de los jesuitas en Palma de Mallorca. De san Alonso Martinez, se cuenta que siendo el portero, cada vez que llamaban a la campana de la portería, el siempre respondía “ya voy Señor”, tocaban la campana “ya voy Señor”, tocaban la campana,” ya voy Señor”, un día toco la campana de la portería del colegio y el, como siempre “ya voy Señor”, abrió la puerta y era el Señor.
Y creo en la iglesia de Teresa de Ávila llevando a todos los rincones su reforma y su orden y en iglesia de Teresa de Liseux, escondida en su convento eligiendo como su principal misión el AMOR.
En una iglesia tan cristificada como la de Francisco de Asís y en una iglesia tan terriblemente pegada al prójimo como la de santa Ángela de Cruz.
Porque es una iglesia que no se esconde sino que proclama como Javier en Asia, Daniel Comboni en África o Pedro Claver en América, Teresa de Calcuta en India o Miguel Mañara en Sevilla. Es una iglesia que grita el nombre de Cristo desde el corazón y se juega la vida como Oscar Romero, Ellacuria o Juan Pablo II Es una iglesia de hombres y mujeres que han amado, luchado y dado su vida por Cristo, que han pecado, llorado, sufrido y anunciado a Cristo y yo digo, esta es mi Iglesia.
“El Señor Jesús comenzó su Iglesia, con el anuncio de la Buena Notica, es decir de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las escrituras” Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguro el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo, presente ya en misterio” de la encíclica LG.
Cristo nos amó primero, por eso nos dejó su Iglesia, no es consecuencia nuestra, sino reflejo de su dación, de su amor.
Cada domingo cuando estoy en misa hay un momento que miro a mi alrededor y veo a todos los que están allí, a unos los conozco a otros no, unos se les ve alegres otros preocupados unos van solos y otros en familia, los miro, miro a Jesús y le digo, está es tu iglesia, estos son tus hijos, tus hermanos tus madres y estamos aquí por ti y me emociono.
Para penetrar en los misterios de la Iglesia, conviene primeramente contemplar su origen dentro del designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la historia. Art 758 del catecismo.
Me vais a permitir que os cuente una cosa. Cuando cumplí 50 años, pensé que era un buen momento para hacer una parada ,ponerme delante del Señor y preguntarle, Señor que quieres que haga, adonde quieres que vaya?. Decidí entonces irme a Javier, a Navarra a hacer los ejercicios de San Ignacio, recordé las palabras que el señor le dijo a Abrahán, sal de tu casa y ve a la tierra que yo te mostraré. Para poder escuchar la voz del señor, no solo tenía que salir de mi casa física sino sobre todo, de mí día a día.
Los ejercicios son en soledad y silencio absoluto en toda la casa. A primera hora de la mañana tenía unos minutos de charla con el director de los ejercicios para ver cómo iban las cosas, bien pues este jesuita, me dijo,” no quiero que oigas la misa diaria aquí en la casa sino que vayas al convento de monjas de las misioneras de Cristo Jesús que hay a varios kilómetros de aquí y que vayas andando”.
Aquel no era un convento, bueno si, era un convento pero asilo de monjas misionera que habían estado en África.
Cada tarde cuando entraban en la capilla, era un espectáculo, eran todas muy mayores, unas iban en sillas de ruedas, otras con andadores, otras con muletas, unas se ayudaban a otras, tardaban una barbaridad en acomodarse, claro que yo iba con las prisas de mi vida, pero estoy seguro que el nombre de todas ellas estaban inscritos en el libro de los santos. El padre que celebraba la Eucaristía era un jesuita, también mayor que acababa de llegar de India después de 40 años. Hay un dicho que he escuchado siempre,” las monjitas cantan todas como ángeles”. Incorrecto, estas cantaban fatal, desafinaban, no se sabían las canciones, era un desastre absoluto. El jesuita, cada día se preparaba la homilía como si se la fuera a dar al Papa, cuanta santidad. Pero allí en esas eucaristías me paso algo extraordinario. Allí, vi el rostro humano de Cristo, allí vi a la iglesia universal allí vi al mismísimo cristo encarnado en su Iglesia en el rostro sufriente y doliente de esas monjas, yo lloraba y ellas cantaban y el cura rezaba y yo comprendí cuanto amor a tenido Dios por el hombre que nos ha dejado su Iglesia, que nos ha regalado su Iglesia.
La iglesia que me acogió en mi bautismo y me vistió un traje de gala y me hizo sacerdote profeta y rey, la Iglesia que consagro mi matrimonio como la expresión humana más bella de Dios, la iglesia que acogió mi consagración a María, la iglesia que me perdona y acoge y abraza en el sacramento del perdón, la iglesia que me enseña con su magisterio, la iglesia que me acepta tal como soy, a mí y a todos. La iglesia que me acogerá en mi muerte, La Iglesia, donde como dice nuestro arzobispo,” donde experimento mi existencia vital, una experiencia de vida sobrenatural compartida”,
Decía San Cipriano,” nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre. El Señor nos lo advierte cuando dice: Quien no está conmigo esta contra mí, quien no recoge conmigo desparrama. El que rompe la Paz y la concordia de Cristo, actúa contra Cristo. El que recoge fuera de la Iglesia de Cristo, desparrama la Iglesia de Cristo”.
“El mundo fue creado en orden a la Iglesia”
La Iglesia es la finalidad de todas las cosas e incluso las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios, más que como ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida del amor que quería dar al mundo. Art 760 del catecismo de la Iglesia católica.
Oigo a gente que dice, yo creo en Dios pero no creo en la Iglesia no creo en los curas y yo digo claro que creo en los curas, como no voy a creer en quien ha recibido de Dios el encargo de perdonar mis pecados, que tiene el privilegio de convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, pero si ni siquiera a María le fue dado ese privilegio.
Hace unos años, fui a Roma con mi familia y pedimos asistir a la misa de año nuevo en San Pedro, misa que celebra el Papa. Tienes que llegar más de una hora antes de que empiece porque son muchas las personas que van. Aquello era emocionante, la disposición era la siguiente desde el altar mayor, primero estaban los cardenales, después los obispos, después los sacerdotes, clero de otras confesiones cristianas y a continuación el público. Nosotros tuvimos relativamente mucha suerte porque estábamos como a mitad de la basílica. Allí estaba todo el mundo sentado, cantando salmos e himnos, de repente para la música se oye un murmullo y suenan tres trompetas y dos trombones desde el fondo de la iglesia y desde el balcón en alto. Todo el mundo se levanta y aparece el Papa Benedicto. Yo me estremecí como creo que muchos de los allí presentes. Era un momento de alegría de emoción, pero sobre todo, me di cuenta de la diversidad de la Iglesia, había blancos, negros, orientales, mujeres, hombres, jóvenes, una amalgama de culturas impresionante, la misa se celebró con solemnidad, pero yo sentía que pertenecía a algo muy grande y muy hermoso, allí estaba la iglesia universal y yo pertenecía a esa Iglesia: Una sola Fe, un solo Señor, un solo bautismo, un solo Dios y Padre.
Creo en los curas que llenan iglesias con su oratoria y el los curas de pueblo que a las misa van tres abuelas y cuatro niñas y encima se preparan la homilía y yo miro y me pregunto si esto es en domingo, como serán las misas de diario y miro al cura y me conmueve su fe y creo en los curas con sus miserias porque son mis miserias y creo en los curas con sus defectos porque son mis defectos y creo en los curas con sus momentos sublimes, porque son mis momentos sublimes.
No puedo decir creo en Jesucristo, pero no creo en su Iglesia, porque entonces no creería en El porque la Iglesia es su obra. Con San Cipriano de Cartago, concibo la Iglesia” como el regazo materno que me ha engendrado y que me permite experimentar con gozo renovado cada día la paternidad de Dios”.
Creo en una iglesia caminante, que lucha, que trabaja que crea oportunidades y trata de mejorar la vida de todos en sus colegios universidades, hospitales, asilos y medios de comunicación y cuando oigo que la iglesia no debería meterse en esos líos yo digo, bendita iglesia mía que se mancha se ensucia y se llana de fango por mejorar la vida de los demás por llevar el anuncio del Reino a todos los confines de la tierra.
Lo que no podemos pretender es una Iglesia que no esté clavada en la Cruz, una Iglesia sin cruz no es creíble, puede ser cualquier cosa, pero no de Cristo.
Si Cristo padeció en la cruz, ¿Cómo no va a padecer su iglesia?
Y la cruz, significa errores, y contradicciones y pecado y Cristo instituyo su Iglesia con hombres, con pecadores, cuanta grandeza, que siendo pecadores, siendo tan terriblemente humanos, nuestro Señor haya puesto sobre nuestros hombros su Iglesia, cuanto privilegio. Y si mi Señor no rechaza a su Iglesia, quien soy yo para rechazarla. Y si mi Señor, sigue amando a su Iglesia, como no voy a amarla yo. Lo que no podemos hacer , es estar quejándonos siempre.
Santa teresa de Jesús, en uno de sus viajes, se cuenta, que anochecía ya y llovía, hacia ventisca, empezaba a nevar, lo que hoy llamaríamos una ciclo génesis explosiva y al cruzar un arroyo, una de las ruedas del carro se rompió y ella, cayó al agua, se levantó y mirando al cielo dijo, “desde luego Señor, no me extraña que tengas tan pocos amigos”.
El Señor, no va a quitarle problemas a su Iglesia, no va a hacer que todo sea de color de rosa, porque su Iglesia es una Iglesia de hombres y mujeres de carne y hueso, con problemas, con decepciones, con sufrimiento, pero es que Él lo ha querido así. Quizá lo que deberíamos preguntarnos es, ¿Qué espero yo de la Iglesia?, ¿Qué busco yo en la Iglesia?,¿Qué solucione mis problemas, o que se adapte a mi forma de pensar a mi forma de ver las cosas, y si no piensa como yo ,que pasa que ya no quiero a la Iglesia o no quiero a esta Iglesia? La única respuesta a los problemas es Jesucristo. La Iglesia no puede estar a las modas que son cambiantes y además la mayoría de ellas manipuladas por intereses de poder y económicos, la Iglesia no puede estar al albur de grupos de presión o mediáticos. ¿Eso significa que no puede cambiar de criterio en algún asunto determinado y concreto?, claro que sí, y de hecho si lo contemplamos de una forma honrada, sí que lo ha hecho a lo largo de la vida de la Iglesia. La Iglesia no puede actuar frívolamente en asuntos de conciencia que afectan o pueden afectar a la conducta y juicio de millones de personas. Muchas veces le pedimos a la Iglesia lo que nosotros mismos no somos capaces en hacer en nuestra vida. Lo que si les pido a ustedes en este momento, es que piensen por un instante, como sería el mundo si no existiese la Iglesia, por favor hagan ese ejercicio intelectual por un instante, la Iglesia no existe.
El padre De Lubac, decía “si el mundo perdiera a la Iglesia, perdería la Redención”
Hemos de tener cuidado con el maligno, el espíritu del mal, que se cuela por las rendijas de nuestra amada Iglesia y el maligno ataca y ataca a la Iglesia y a veces hasta se instala en ella y el mundo ataca, con sus garras que llegan a todos lados, con el consumismo, el hedonismo, la ideología de género, etc. etc. La Iglesia es atacada y nosotros los cristianos no podemos permanecer ni insensibles ni impasibles, ¿estamos dispuestos a salir cuerpo a cuerpo a anunciar a Cristo como nos pregunta el Papa Francisco?. En la visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel, nos dice el evangelista que “a prisa subió a la montaña”, María, fue la primera misionera, a prisa fue a llevar a Jesucristo, pues nosotros no podemos perder el tiempo en anunciar el evangelio y en defender a su iglesia.
Vuelvo a repetir imagínense un mundo sin Iglesia.
El cristiano recorre su itinerario espiritual dentro de la iglesia, es el lugar de encuentro con Dios a través de los sacramentos. En la iglesia, dentro de la Iglesia, vive su fe, desarrolla su amor por Dios y por el hermano y vive su vida en plenitud .Fuera de la Iglesia, se pueden hacer cosas buenas y ser buena persona, claro que sí, pero no serán de Dios.
Jesús, nombro a Pedro cabeza de su iglesia y le dijo tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia y yo, yo hoy soy otra piedra sobre la que debe construirse la iglesia de Jesús, yo hoy estoy llamado a ser piedra, a colaborar en la tarea del Reino y a trabajar por su unidad. Lo mismo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es uno, así debe ser su Iglesia.
A lo largo de sus noches de oración, Jesús pedía al Padre, hasta morir por ello, que todos los hombres contemplasen su gloria y fueran admitidos a la comunión de los tres. Cuando nos invita a orar, nos pide que continuemos y prolonguemos en nuestro corazón y en nuestra carne lo que falta a su pasión, por su cuerpo, que es su Iglesia.
Cristo, cada día en la Eucaristía, centro y vida del cristiano, renueva su alianza con nosotros, yo os pediría que cada vez que oigáis en la consagración las palabras pronunciadas por Jesús” Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”, las dejéis caer en el hondón de vuestro corazón, en ese lugar profundo y misterioso donde el hombre se encuentra a solas con su Dios.
Alianza nueva y eterna, es decir que cada día en esa alianza renovada, lo que hace N.S es interceder por su Iglesia ante el Padre y por todos nosotros, Dios hizo una alianza con su pueblo y la renovó para siempre con su muerte en la cruz, siempre estará con nosotros. Ahora la pregunta es ¿y yo quiero renovar mi alianza con el?. Eso significa que debo cumplir su voluntad y su voluntad es que yo ame a su Iglesia, que trabaje por ella y que la defienda porque Él está ahí.
Creo en la Iglesia que cada Domingo de ramos pone la cruz de guía en la calle para manifestar, para anunciar, para proclamar la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, porque cada nazareno que pone un pie en la calle, no lo pone el, lo pone la Iglesia universal, la mismísima Iglesia de Cristo.
Creo en tantos que han dado su fortuna, su vida, todo cuanto tenían por la Iglesia.
Creo en la iglesia que es perseguida por el nombre de Cristo, esa iglesia de Irak, Siria, India, Sudan del Sur y tantos países en el mundo como es perseguida y los cristianos que conservan su fe, después de haberles destruido sus iglesias ,sus casas, haberle robado sus negocios y haber matado violado y masacrado a los suyos y no tiene cura para celebrar la Eucaristía y por eso yo digo cada día, vosotros no tenéis templo, pues aquí esta este templo, no tenéis curas para celebrar la eucaristía, pues aquí estamos celebrando la eucaristía por vosotros, no podéis recibir hoy al Señor, pues nosotros lo recibimos por vosotros en vosotros y para vosotros porque todos somos hijos de un mismo Padre y formamos parte de la misma Iglesia ,la Iglesia de Cristo, una Iglesia que nos hermana, una Iglesia con tanta sangre derramada por tanta fe confesada, por tanta fe vivida, por tanta fe transmitida, una Iglesia celebrada cada día desde donde sale el sol hasta el ocaso.
San Juan Pablo II decía” La iglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad y solo los santos pueden renovar la humanidad”
Vuelvo al magisterio de la Iglesia y esta, nos dice que “La Iglesia solo llegara a su perfección en la Gloria del cielo, cuando Cristo vuelva glorioso.
Hasta ese día, la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios. Aquí abajo ella se sabe en el exilio, lejos de su Señor y aspira al advenimiento pleno del Reino y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la Gloria. La consumación de la Iglesia en la Gloria y a través de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas, solamente entonces, todos los justos desde Adán, desde el justo Abel hasta el último de los elegidos se reunirán con el Padre en la Iglesia Universal. L.M.
Pedro Casaldaliga, sacerdote claretiano que ejerció su vocación en el mato grosso, Brasil, escribió:
“Os recordamos uno a uno, una a una y no decimos ahora ninguno de vuestros nombres, para deciros a todos y todas en un solo golpe de voz, de amor y de compromiso: nuestros mártires ,mujeres, hombres, niños, ancianos, indígenas, campesinos, obreros, estudiantes, madres de familia, abogados, maestras, militantes y agentes de pastoral, artistas y comunicadores, pastores, sacerdotes, catequistas, obispos…nombres conocidos y ya incorporados a nuestro martirologio o nombres anónimos pero grabados en el santoral de Dios. Nos sentimos herencia vuestra, pueblo testigo, iglesia martirial, diáconos en marcha por esa larga noche pascual del continente, tan tenebrosa todavía, pero tan invenciblemente victoriosa. No cederemos, no nos venderemos, no renunciaremos a ese paradigma mayor de vuestras vidas que fue el paradigma del propio Jesús y que es el sueño del Dios vivo para todos sus hijos e hijas de todos los tiempos y de todos los pueblos, en todos los mundos, hacia el mundo único y pluralmente fraterno: el Reino, el Reino Su Reino.
En María, con María, por María y para María, GRACIAS.