Presentamos el texto de la homilía pronunciada por D. José Luis García de la Mata, vicario parroquial de San Sebastián, en la Función Solemne celebrada en honor de nuestra Titular el día de su festividad.
MARÍA RESPONDE A LA PALABRA DE DIOS
«Y el ángel entrando dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios; vas a concebir en el seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será eso pues no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios». Y María dijo: «Aquí está la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». (Lc. 1, 28-38)
Queridos hermanos:
El domingo 20 de enero celebrábamos en nuestra parroquia el día de San Sebastián, mártir de la Iglesia y titular de nuestra parroquia y hermandad.
Cuatro días después nos reunimos, esta vez para celebrar a la Santísima Virgen Reina de la Paz. Ella nos convoca un año más y una vez más en torno a su bendita imagen para rezar, para venerarla y para honrarla, celebrando el sacramento de la Eucaristía, que es el mayor testimonio de amor que nos dejó su Hijo Jesucristo.
La anunciación a María que acabamos de escuchar en el evangelio constituye la aurora del mayor acontecimiento de la historia humana: la encarnación del Hijo de Dios. El texto que hemos leído nos narra un hecho trascendental que muy probablemente se ha desarrollado en la más profunda intimidad de María en oración.
Lo primero que nos llama la atención es el sobrio y sereno realismo con el que Lucas presenta el relato del acontecimiento central de la historia: ninguna expresión de asombro, nada que exprese sobrecogimiento.
En el diálogo del ángel con la Santísima Virgen María vemos un primer momento en el que ella, hasta que conoce claramente lo que Dios quiere, pone reparos, pero cuando ya sabe el deseo y conoce la voluntad de Dios, no tiene más que una palabra: Hágase. ¡Qué expresión más apropiada! (Hágase en mí según tu palabra).
Recordemos las palabras de Cristo en la Pasión. También dice «Hágase» cuando, en la soledad amarga del huerto de Getsemaní otro ángel le invita a beber el cáliz de los tormentos, a abrazar la Cruz de su Pasión. Y al igual que su madre, su primera expresión es de poner reparos (Padre si es posible pasa de mí este cáliz), pero inmediatamente acepta esa voluntad de Dios (pero no se haga mi voluntad sino la tuya).
Los dos son diferentes ecos del «Hágase» de la creación, aquel que sacó de la nada las cosas. El «hágase» de María saca al mismo Dios de su eternidad, para que, sin dejar de ser Dios, comience a ser hombre. Es decir, vemos cómo la Palabra de Dios es eficaz, opera aquello que anuncia y por consiguiente exige una respuesta.
Este acontecimiento nos hace darnos cuenta de que la Palabra de Dios tiene dos aspectos indisociables: por un lado, nos revela la voluntad del Padre y por otro opera aquello que anuncia.
Lo que queremos poner de relieve es la actitud de María a la que Dios prepara y pide humildemente permiso para humanarse. La respuesta de María es “sí” y este “sí” fue una opción firme, radical, su compromiso total y personal con el Señor. Aceptó el plan salvador de Dios sin reserva alguna y en medio del claroscuro de la fe, pues en aquel momento no podía conocer en toda su complejidad las consecuencias de su “Hágase”. El paso de los años y de los acontecimientos de la vida de Jesús le irán mostrando al detalle la voluntad de Dios, pero su decisión primera fue irrevocable.
María con este “Hágase” es la humanidad que simplemente ama y espera, la humanidad que acepta a Dios, que admite su Palabra y que se convierte en instrumento de su obra.
Efectivamente, la Palabra de Dios nos da a conocer sus pensamientos, su voluntad. No es una utopía, es una realidad que podemos constatar a lo largo de la historia bíblica, Incluso todo ello no es sólo un mensaje de palabras bonitas, es una realidad dinámica, un poder que opera infaliblemente los efectos pretendidos por Dios, cuando tú la acoges en tu corazón. Fuera de toda duda está la inquebrantable fidelidad de Dios a sus promesas.
Cuando Dios habla y actúa ante la naturaleza, vemos cómo esa palabra es eficaz (Gn., 1, 2). En el Evangelio, Dios sigue hablando y cuando los hombres aceptan su Palabra, ésta es eficaz, opera lo que anuncia. No pensemos solamente en Cristo y en María, pensemos en todos esos hombres y mujeres que en sus propias carnes sienten el milagro de la curación, e incluso de la resurrección, como nos narra el evangelio. En todos ellos, esos prodigios son respuestas a la Palabra de Dios que ha obrado en ellos.
La respuesta de María con un sí a Dios es imagen de nuestra propia respuesta al mismo Dios. María es la imagen de la Iglesia, de cada comunidad cristiana, de cada familia, de cada discípulo de Jesús, de cada hermano de nuestra hermandad de la Paz, que también dice sí a Dios. La fecundidad de María, que engendra al Hijo de Dios, es símbolo de la fecundidad de la Iglesia y por lo tanto lo es de cada uno de nosotros, que engendra a Cristo en el corazón de los hombres por el anuncio de la Palabra y por el Bautismo.
Nosotros, como María, somos los encargados de continuar con ese “sí” a Dios en nuestra vida diaria. De tal suerte que el marido o la mujer, el hijo o la hija, el hermano o el vecino se quedarán sin Cristo si nosotros no le decimos “sí” a Dios, si cada uno, si nuestra familia, si cada hermano de nuestra hermandad o cada miembro de los grupos cristianos no les prestamos los labios y todo el ser para que grite el evangelio.
Hemos de tener claro que, igual que Dios respetó la libertad de María para nacer en el mundo y entroncar con el árbol genealógico, así nacerá en el corazón de los hombres, en medio de los grupos humanos si libre y comprometidamente pronunciamos nuestro “sí” de colaboración con Dios. Hay que reconocer que el cometido es grandioso, pero la responsabilidadtambién es grande. Tenemos el ejemplo de María que, a pesar de los imposibles humanos, de los razonamientos lógicos y aunque todos sus proyectos de vida quedaran trastornados, ella supo responder como Dios esperaba de Ella, como toda la humanidad que aguardaba la salvación.
María, la Santísima Virgen en su advocación de la Paz, nos invita a penetrar en nuestro interior, a recogernos en lo escondido de nuestro corazón para que veamos cómo en nosotros se ha hecho también realidad, en muchas ocasiones, la Palabra de Dios, y cómo hemos de darle respuesta en nuestra vida. Esa Palabra va dirigida a ti, a mí, a cada uno de nosotros y no puede volver vacía. Tenemos que hacer que sea eficaz, y eso depende de nosotros.
Termino con un texto de la Carta de Santiago:
«Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero al irse se olvida de cómo es. En cambio, el que considera atentamente la ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz. (Sant. 1, 22-25)
José Luis García de la Mata
Vicario Parroquial de San Sebastián