Los textos y meditaciones que se irán incorporando en el programa de formación online de nuestra Hermandad de la Paz son propuestas para sostener la búsqueda de Dios en el silencio y la oración y, en la medida de lo posible, compartirla en familia. Se trata de disponer de un rato de tranquilidad para leer en silencio los textos que se sugieren y que, en algunos caso irán acompañados de un breve comentario o preguntas para la reflexión. Pudiendo finalizar el rato de recogimiento con un breve tiempo de oración.

Busca un lugar recogido y en el que puedas evitar distracciones. Si lo deseas puedes tener contigo una imagen del Señor de la Victoria o de María Stma. de la Paz que te ayude a interiorizar la lectura propuesta.

El primer documento es el texto de la homilía de la Función de la Virgen del Prado, con el que iniciamos el programa, al tiempo que nos acercamos al final de mayo, mes mariano.

 

Función Virgen del Prado. Mayo 2017

Rvdo. José Luis García de la Mata. Vicario parroquial de San Sebastián

Queridos hermanos:

En este sexto Domingo de Pascua, celebramos una vez más la función en honor de la virgen del Prado. Virgen que nos preside habitualmente en el altar mayor de nuestro templo parroquial.

Estamos llegando al final de este tiempo de Pascua y por eso en las lecturas de hoy hay una constante alusión al Espíritu Santo, prometido por Jesús. Viene a decirles a sus discípulos que su «paso al Padre» no significa «vacío» ni «ausencia». Su presencia entre los suyos está asegurada aún después de su marcha: «No os dejaré desamparados, volveré… Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros».

Esta promesa viene a renglón seguido de la afirmación: «Yo pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros». Él asegura la presencia permanente de la Persona de Cristo en su Iglesia y que su obra de salvación vaya siendo interiorizada y asimilada por sus seguidores.

Gracias al Espíritu, la resurrección ha significado para Jesús la posibilidad de una forma nueva, más profunda y perfecta, de hacerse presente a los suyos. La primera lectura narra un Pentecostés en miniatura, que viene a sellar la fundación de la Iglesia en Samaría: el Espíritu que empuja a la misión a Felipe, que confirman Pedro y Juan con la imposición de las manos sobre los bautizados, por la que reciben el Espíritu Santo.

Para san Pedro (segunda lectura) dar testimonio de la fe, «dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere» y proclamar el misterio pascual vienen a ser casi sinónimos. El Señor resucitado es la única razón de vivir de los creyentes.

Pero ese quedarse entre nosotros de Jesús se manifiesta sobre todo en los sacramentos y en su palabra y por eso María es una vez más nuestro modelo, ya que ella fue la primera en entender que la escucha de la palabra es lo primero para un creyente.

Recordamos aquel texto que nos decía Lc:

«Sucedió que estando Él hablando a las gentes, alzó la voz una mujer de entre la multitud y dijo: «Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron». Pero Él repuso: «Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la cumplen». (Lc. 11, 27-28).

María es la Virgen oyente que está siempre atenta a la Palabra de Dios, quien se comunica continuamente con los hombres. Lo hizo en el Antiguo Testamento, mediante los Profetas y lo hace hoy día por su Hijo Jesucristo. «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb. 1, 1-2) Y lo sigue haciendo por ese Espíritu Santo que se nos prometió tal y como aparece en el evangelio de hoy y que nos ha sido donado en Pentecostés.

Vemos a una mujer del pueblo que lanza un piropo a Jesús y la respuesta de este es totalmente distinta de la que podíamos esperar. Nos dice que la verdadera bienaventuranza del hombre y de la mujer se realiza a nivel personal: allí donde se escucha la Palabra de Dios y se vive su misterio de gracia y exigencia. Esa es la verdadera felicidad del hombre.

María es bienaventurada, es feliz por escucharla. La conocía perfectamente. Desde las primeras hasta las últimas palabras, cuando Cristo sube a la cruz para predicar su sermón más impresionante: el del amor, y allí estaba Ella, atenta a esa Palabra de Dios definitiva.

María escuchó la palabra en el momento de la Encarnación, en el mensaje del arcángel Gabriel. María oyó en su interior la Palabra de Dios y la proclamó jubilosa en el Magnificat. En medio de aquella fría noche, en los cantos de los ángeles, María escuchó la Palabra de Dios en Belén al nacer su Hijo, adorado por pastores y señalado por los sabios como el Mesías que había de visitarnos.

María escuchó la palabra cuando partió a Egipto y cuando, rota por el miedo y el dolor, oyó cuando su Hijo le recordaba en el templo, tras encontrarlo, que había de ocuparse de las cosas de su Padre. María oyó la palabra de Dios en el prodigio de la boda en Caná.

María escuchó la Palabra cuando, siguiéndolo de lejos, vio a su Hijo pronunciándola. No sólo la oyó, sino que fue verdadera colaboradora del plan de salvación que Dios se había propuesto cumplir por medio de su Hijo.

Oyó la Palabra en la calle de la Amargura, en el Calvario y el Sepulcro. Oyó la Palabra de Dios en el gozo de la Resurrección y en la mañana de Pentecostés. Oyó la Palabra de Dios y se configuró Maestra de esa escucha atenta y decidida.

Hoy, cuando estamos en la sociedad de tantos ruidos y palabras, hoy que buscamos ídolos, modelos a quienes imitar, cuando el hombre se desespera, roba, pisotea, traiciona, mata y destruye…, a veces buscando la felicidad, su propia y egoísta felicidad, Jesucristo nos da la clave y María, la Santísima Virgen del Prado, nos brinda su ejemplo: la felicidad se alcanza escuchando la Palabra de Dios y cumpliéndola, es decir, dándole vida, viviéndola en plenitud.

Esa palabra que nos puede ayudar a configurarnos con Cristo y que nos prepara para dar razones de nuestra esperanza como nos decía S. Pedro en la carta que hemos leído hoy como segunda lectura. Ella es la que nos garantiza la verdadera felicidad y nos ayuda a entregarnos a nuestros hermanos. En los días de hoy debemos prepararnos como auténticos hombres y mujeres de fe para explicar nuestra fe en el mundo que nos ha tocado vivir, en pleno siglo XXI.

María, habituada a guardar fielmente la Palabra de Dios en su corazón (Lc. 2, 19-51), fue glorificada por su Hijo cuando este, ante la alabanza de aquella mujer a la que lo había engendrado y amamantado, reveló el sentido profundo de su maternidad y descubre que la Palabra de Dios no se da a los privilegiados del cielo, ni a unos pueblos determinados, ni a unos hombres concretos. La Palabra de Dios es un mensaje para todos.

Un mensaje que todos tenemos que escuchar y acoger en nuestra vida. Por eso termino recordando un texto del A.T. que a todos nos tiene que ayudar a leer, escuchar y vivir la Palabra de Dios

«Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Dios. Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablaras de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado». (Dt., 6, 4-7)

– ¿Qué representa la figura de María hoy para nosotros?
– ¿Cuál es el mayor ejemplo que nos aporta María para nuestra vida diaria?