20160726 hermano mayor sangonzaloI

En el año 2016 será coronada María Santísima de la Paz en la Santa Iglesia Catedral de Sevilla. En otoño de 2017 lo será Nuestra Señora de la Salud. Dos coronaciones, dos hitos en la historia de dos corporaciones jóvenes en el devenir de la Semana Santa de Sevilla, pero de intensa trayectoria y señeras ya en sus jornadas procesionales de la Semana Mayor Hispalense. Las dos advocaciones son titulares de hermandades de barrio del siglo XX, diferentes en su génesis y desarrollo. Ambas corporaciones nacen en momentos difíciles posteriores de la finalización de la Guerra Civil española. Las dos Dolorosas visten de blanco, una con hilo de plata la otra de oro. Una humedece con sus lágrimas las plantas de un parque señero y soñado, la otra llora entre jardines cuajados de azahar, jazmines y dama de noche. A ambas las iluminan nazarenos blancos, de capa o de cola, con alba cera de devoción prendida. Las dos fueron las primeras imágenes en llegar a las parroquias donde se establecieron canónicamente sus hermandades, siendo obras de dos insignes imagineros del siglo XX; Antonio Illanes y Luis Ortega Bru. María de la Paz y María de la Salud son veneradas por dos hermandades de parroquia, por lo tanto, son también dos madres dolorosas para dos comunidades cristianas, que articulan en torno a Ellas buena parte de la vida, la fe y la piedad mariana de esa Iglesia particular sobre la que se cimenta la Iglesia universal. El hecho de que ambas hermandades, La Paz y San Gonzalo, se dispongan a vivir con el intervalo de un año el hecho seguramente más importante de su historia, creo que debe imponernos una pequeña reflexión sobre el cómo y el porqué la divina providencia lo ha querido, y así desde nuestras limitaciones humanas, alcanzar a vivir con la mayor alegría y confianza en Dios estos excepcionales acontecimientos. En definitiva, que estas coronaciones canónicas sean un peldaño muy importante en el desarrollo de nuestras vidas cristianas de hermandad. La costumbre de coronar a María como reina de los cielos se fue generalizando en la veneración popular desde la Edad Media. El Papado conocedor de esta devota creencia secundó esta manifestación de la piedad popular coronando imágenes de la Virgen distinguidas por su antigüedad, su culto y los milagros que por su intercesión se produjeron. Ya a finales del siglo XIX el rito de la coronación de las imágenes de la Virgen María fue incorporado a la Liturgia Romana, concretamente en el Pontifical Romano del año 1897. En él se establece que la coronación la concede el Papa, habitualmente a través de un Breve, a petición del ordinario del lugar. La actual edición del Pontifical Romano en castellano fue aprobada el 7 de julio de 2003 por la Congregación para el Culto Divino y sancionado por Su Santidad San Juan Pablo II; quien ya había concedido facultades al obispo diocesano para otorgar esta gracia en el ritual de coronación. A él le corresponde, tras consultar con los organismos diocesanos y locales pertinentes, juzgar sobre la oportunidad y conveniencia de coronar una imagen de la Santísima Virgen, teniendo en cuenta la devoción popular que suscita, el cultivo del genuino culto litúrgico y el apostolado cristiano que en su entorno se desarrolla por aquellas comunidades o confraternidades cristianas que las veneran. La Coronación Canónica es el rito que reafirma en el seno de la Iglesia la condición de Reina de la Virgen por ser Madre de Jesús, el hijo de Dios y Rey, Corredentora como trono de Sabiduría, discípula perfecta de Cristo y por el papel muy elevado a Ella reservado en la historia de nuestra Redención. Para la Santa Madre Iglesia el rito de la Coronación de una imagen mariana, dolorosa o letífica, es una manifestación muy importante en el culto a la Madre de Dios, y de siempre ha orientado a los fieles sobre el significado del mismo.

En estos momentos además de la devoción, y especialmente en el ámbito de las hermandades, esa orientación se fundamenta en tres principios:

a) Ser parte integrante de una comunidad cristiana, en nuestro caso de una parroquia, donde la evolución y desarrollo de la vida del creyente se encuentre vinculada a un Plan Pastoral como elemento de crecimiento y renovación de la fe.
b) Una Misión evangelizadora, imagen de la Iglesia caminante, de la Iglesia viva. Como miembros de ella todos hemos recibido una misión; estamos llamados a anunciar el mensaje de amor y reconciliación que Cristo nos ofrece.
c) Un Gesto Social que muestre nuestra vocación caritativa y de entrega a los demás y que haga ver al mundo que el rostro de Dios es el rostro de la Divina Misericordia.

En España las coronaciones canónicas no comienzan a concederse hasta el último cuarto del siglo XIX, con las imágenes de Nuestra Señora de la Veruela, patrona del Moncayo, en Aragón, y Nuestra Señora de Montserrat, en Cataluña, ambas en 1881. Sin embargo, el asunto de la Coronación de la Virgen estuvo muy presente en la iconografía mariana española desde la Edad Media.

En Sevilla y Andalucía la primera imagen coronada fue la Virgen de los Reyes en 1904, en el cincuentenario del dogma de la Inmaculada Concepción de María, a petición del Arzobispo Beato Marcelo Spínola. A partir de ahí muchas han sido las advocaciones coronadas en Sevilla y es seguro que otras recibirán esa gracia en el futuro. Ello no es más que una constatación clara de la piedady devoción que esta milenaria ciudad de Sevilla procesa a la Madre de Dios y que proclama sin cesar en tiempos de penitencia y de glorias.

Finalmente, pedir a Jesús, fruto bendito del vientre de María, en sus advocaciones de Victoria y Soberano Poder, que nos guie en la preparación y desarrollo de estos actos. La Coronación es una oportunidad de oro a mi leal saber y entender, una oportunidad que recibimos con una alegría inmensa pero que tenemos que aprovechar. Su éxito no es el del Hermano Mayor o el de la Junta de Gobierno de turno. Su éxito y la Virgen nos lo demanda, es el de la unidad, la caridad y el amor entre los hermanos. Si esto lo conseguimos será la mejor corona que podremos poner en las sienes de nuestra Madre.

Un fraternal abrazo en Cristo.

José Fernández López

Hermano Mayor de San Gonzalo