La Hermandad de la Paz le desea una Feliz Pascua de Resurrección.
Homilía del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo, en la Misa Crismal 2014.
Miércoles, 16 de abril de 2014
1. Comienzo mi homilía saludando fraternalmente al Sr. Obispo Auxiliar, D. Santiago, al Sr. Vicario General y a los Vicarios Episcopales, a los miembros del Excmo. Cabildo, a los hermanos sacerdotes, diáconos, seminaristas, miembros de la Vida Consagrada y laicos de la Diócesis, que en esta mañana habéis venido a la Catedral para participar en esta Eucaristía singular:
“Vosotros os llamaréis sacerdotes del Señor; dirán de vosotros ministros de nuestro de Dios» (Is 61, 6). Estas palabras del profeta Isaías, que hemos escuchado, son aplicables a todos los miembros del Pueblo de Dios, partícipes por su bautismo del sacerdocio común y llamados, por tanto, al culto y al testimonio, pero se aplican especialmente a vosotros, queridos hermanos presbíteros, porque en el sacramento del Orden habéis recibido una participación sustancial en el único sacerdocio de Jesucristo. Por ello, sois por antonomasia «sacerdotes del Señor» y «ministros de nuestro Dios».
2. Habéis venido de todos los rincones de la Diócesis a celebrar esta Eucaristía con nosotros vuestros hermanos obispos. En ella vamos a bendecir los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, y consagraremos el santo crisma. Nos acompaña una representación del Pueblo de Dios, que ha querido venir a orar con nosotros y a manifestarnos su aprecio agradecido. Esta Eucaristía es una expresión bellísima de la comunión de la Iglesia; y en ella se cumple lo que dice el salmo 133: “qué hermoso es ver a los hermanos unidos”. A todos nos une el vínculo de nuestra pertenencia al Cuerpo Místico. A los presbíteros nos une además el don del sacerdocio que el Señor nos ha regalado y la misión y tarea que todos compartimos en el servicio a la Palabra, en la santificación y el pastoreo del Pueblo de Dios.
3. A todos os queremos dar públicamente las gracias. Sois, en expresión del decreto Christus Dominus del Concilio Vaticano II, “los colaboradores principales del Obispo… en el cuidado de las almas” (CD 30). Os agradecemos vuestra fidelidad humilde, vuestro trabajo abnegado, vuestro cansancio, vuestras manos llenas de callos, vuestra generosidad silenciosa y vuestros sufrimientos. Sólo Dios sabe el bien inmenso que el sacerdote fiel, bueno y entregado hace a nuestras comunidades, no siempre reconocido socialmente. Contad en esta mañana con el reconocimiento, el apoyo, el afecto y la gratitud de vuestros obispos y de los fieles que nos acompañan.
4. ¡Qué hermoso es este momento de comunión eclesial en presencia del Señor! Dentro de unos instantes vais a renovar vuestras promesas sacerdotales y vuestro sí incondicional a Cristo, cuando os pregunte si estáis dispuestos a permanecer como fieles dispensadores de los misterios de Dios en la celebración de la Eucaristía y en las demás acciones litúrgicas, y a desempeñar fielmente el ministerio de la predicación. Todos responderéis que sí, con la alegría y la ilusión del primer día. Verdaderamente sois «sacerdotes del Señor» y «ministros de nuestro Dios».
5. En la segunda lectura hemos escuchado estas alentadoras palabras del Apocalipsis: «Gracia y paz a vosotros, de parte de Jesucristo, el testigo fiel… Aquel que nos amó» (Apo, 1, 5). Las hacemos nuestras el Sr. Obispo Auxiliar y un servidor, sobrecogidos por la grandeza del misterio de la santificación de los hombres, que constituye el núcleo de esta celebración, en la que vamos a bendecir los óleos y a consagrar el santo crisma. Con él, serán ungidos los nuevos cristianos y serán signados los que reciban la confirmación. Con él ungiré también las manos de los nuevos presbíteros, que con la ayuda de Dios, ordenaré el próximo 22 de junio. Con el óleo de los catecúmenos serán ungidos los que van a recibir el bautismo, y con el de los enfermos el Señor fortalecerá a los que sufren en su cuerpo, para que unan sus dolores a la Pasión de Cristo, convirtiéndolos en torrente de vida para la comunidad eclesial.
6. Y seréis vosotros, queridos hermanos sacerdotes, los mediadores de esta gracia. No por vuestros méritos o cualidades, sino porque el Espíritu Santo vino sobre vosotros el día de vuestra ordenación y os habilitó para actuar en nombre de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, para anunciar el Evangelio, para hacer nacer al Señor cada día en vuestras manos y por vuestra palabra, para perdonar los pecados en su nombre y para ser canales de la gracia de Dios, que se derrama a raudales en los sacramentos, que introducen a los hombres en la vida que brota del amor misericordioso de Dios, un amor que nos transforma y nos hace ser una humanidad nueva.
7. Sed siempre mediadores generosos de la gracia de Dios, siempre disponibles para ofrecer vuestro servicio pastoral a quien os lo reclame. Acoged en vuestro corazón el programa esbozado por Jesús en la sinagoga de Nazaret. Amad a todos, pero especialmente a los más pobres, a los cautivos por tantas cadenas, a los enfermos y a los marginados por la soledad y el abandono, a los parados y a los que han pedido toda esperanza. Practicad con ellos la pastoral de la misericordia y la ternura, que reclamaba el Papa Francisco al clero romano el pasado 6 de marzo. Hablaba el Papa del sufrimiento pastoral, como un aspecto de la caridad pastoral, que significa, en palabras literales del Papa “sufrir con y por las personas, como un padre y una madre sufren por sus hijos”. El Papa nos pedía también a los sacerdotes en el citado discurso que practiquemos “ante el Sagrario la oración de intercesión” por nuestro pueblo, teniendo muy presentes la vida, los problemas, los sufrimientos y dolores de nuestros fieles.
8. Practicar la pastoral de la misericordia, nos decía el Papa Francisco, significa devolver la prioridad al sacramento de la reconciliación, atendiendo el confesionario, acogiendo a los pecadores como Jesús, con calor, con un corazón que se conmueve porque -son palabras del Papa- “los sacerdotes asépticos no ayudan a la Iglesia”. Nos decía también que el sacerdote realmente misericordioso se comporta como el Buen Samaritano en “la manera de acoger, de escuchar, de aconsejar, de absolver”, con entrañas de madre y corazón de padre, con equilibrio y prudencia sobrenatural, pues es bien cierto -son palabras del Papa- que “ni el sacerdote laxo ni el riguroso hacen crecer la santidad”.
9. En la audiencia que nos concedió el Papa Francisco el pasado día 8 de marzo a los Obispos que servimos a la Iglesia en Andalucía nos pidió que practiquemos la pastoral de la escucha y la cercanía a todos, que es –nos dijo- como el Octavo Sacramento. Nos pidió también que no olvidemos nunca que ante todo somos misioneros. Por ello, no podemos quedarnos en las sacristías ni en los despachos. Hemos de salir a las encrucijadas de los caminos y a las periferias existenciales. El Espíritu nos ha elegido y enviado a proclamar el año de gracia del Señor, la Buena Noticia del amor de Dios a los hombres de hoy; a esa humanidad que se considera rica y autosuficiente, pero que padece, como nos dijera la Beata Teresa de Calcuta, la mayor de las pobrezas y de las orfandades, el olvido de Dios, la mayor tragedia del primer mundo en los comienzos del tercer milenio.
10. Queridos hermanos sacerdotes: Redescubrid la grandeza de vuestra misión y renovad vuestro entusiasmo misionero. Como la Iglesia, existís para evangelizar. Esta es vuestra razón de ser. Hablad de Dios a tiempo y a destiempo. Nada es más urgente en nuestro ministerio que mostrar a Jesucristo como nuestra única posible plenitud y como la única esperanza para el mundo. Que vuestros fieles os vean siempre, en todas partes y a tiempo pleno, como ministros y apóstoles de Cristo, pues así como crecen los voluntarios que luchan contra la pobreza material, somos menos los que luchamos contra la pobreza espiritual, tan grave o más que la primera. De nuevo es la Beata Teresa de Calcuta la que nos dice que «quien no da a Dios, da demasiado poco», pensamiento equivalente al que nos dejara escrito el teólogo protestante D. Bonhoeffer, poco antes de ir a la cámara de gas en la II Guerra mundial: “no hay mayor impiedad que ofrecer al mundo algo menos que Jesucristo”.
11. Vivimos esta Misa Crismal en comunión con los presbíteros de todo el mundo, que en estos días se reúnen en ceremonias similares a la nuestra. Por ello, no quiero pasar por alto que nuestro sacerdocio tiene una proyección universal y católica, que no se agota en los límites geográficos de nuestra Archidiócesis. Los Consejos Episcopal y del Presbiterio aprobaron hace unos meses lo que hemos dado en llamar Misión Diocesana, que queremos llevar a cabo en un territorio pobre de alguna diócesis latinoamericana, a donde podrían marchar ocho o diez sacerdotes, con algunos laicos y, si llegara el caso, con algunas religiosas, todo ello con el máximo apoyo de nosotros los obispos. Animo a los sacerdotes jóvenes y de media edad a plantearse esta posibilidad misionera que sería acompañada con el aliento de toda la Archidiócesis.
12. Tampoco quiero pasar por alto un aspecto que en pocos momentos se visibiliza con tanta fuerza como en esta celebración, en la que tenemos muy presentes en la oración y el afecto a los sacerdotes ancianos y enfermos y a los que padecen algún tipo de dificultad, al mismo tiempo que encomendamos a la misericordia de Dios a los hermanos fallecidos en el último año. En esta mañana brilla con especial intensidad nuestra condición de miembros de un único presbiterio. Esta concelebración y su continuidad en nuestra acción ministerial, en la que utilizaremos los mismos óleos y el mismo crisma, bendecidos y consagrados por el mismo Obispo, es una llamada a vivir la comunión, la unidad, la fraternidad, la ayuda y la colaboración entre nosotros y también con los consagrados y los laicos, a los que agradezco su presencia, al tiempo que os ruego que recéis por nosotros. Pedid al Señor que seamos fieles; que seamos santos. Pedid también por las vocaciones. Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
13. Queridos hermanos sacerdotes: Tanto D. Santiago como un servidor os encomendamos a la custodia amorosa y fiel del Señor. Ambos somos conscientes de que ni el ministerio sacerdotal ni el ministerio episcopal son hoy empeños fáciles. Como les sucedió a los Apóstoles y a todos los que se nos encomienda cumplir el amoris officium, el oficio de amor que es apacentar la grey del Señor, todos tendremos momentos difíciles. Que en la oración mañanera serena y dilatada, que debe constituir nuestra principal ocupación y el más fecundo venero de nuestro ministerio, experimentemos entonces que el Señor navega y camina con nosotros y nos dice con palabra soberana, sólo propia de Dios: «Soy yo. No temas. Yo estoy contigo». Que sintamos también entonces la presencia amorosa y maternal de la Madre del Señor y Madre nuestra. Que ella, Santa María, cuyas imágenes y ermitas tachonan toda la geografía diocesana, nos proteja, tutele y guíe y llene de fecundidad nuestro ministerio para la gloria de Dios. Así sea.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla