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La Hermandad de la Paz le desea una Feliz Pascua de Resurrección.

  

EL CRISTIANISMO ES UN CAMINO Y UNA VERDAD QUE ES VIDA

 

Reproducción de la homilía del arzobispo de Sevilla, mons. Juan José Asenjo, en la Vigilia Pascual que se ha celebrado la noche del Sábado Santo en la Catedral de Sevilla.

 

Domingo, 31 de marzo de 2013

«La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente». Con estas palabras del salmo 117 acabamos de responder a la Palabra de Dios en esta Vigilia Pascual, madre de todas las Vigilias de la liturgia cristiana. Con ellas hemos expresado nuestra convicción de que la resurrección es el torrente de luz que ilumina y da sentido a toda la vida del Señor. Sin ella, todo se desvanece. Sin la resurrección, ni la encarnación sería la encarnación del Hijo de Dios, ni su muerte nos hubiera redimido, ni sus prodigios serían milagros. Sin la resurrección, Jesús quedaría reducido a un genio del espíritu o quizá simplemente a un gran aventurero, por no decir a un loco iluminado.

¿Y nosotros? ¿Qué sería de nosotros los cristianos si el Señor no hubiera resucitado? ¿Para qué serviría nuestra Iglesia? ¿Para qué serviría la oración, los sacramentos y nuestras hermandades y cofradías? ¿Para qué servirían nuestras estaciones de penitencia y nuestras tradiciones venerables? ¿Para qué serviría el esfuerzo moral y el sacrificio, la ascesis y el remar contra corriente si Jesús hubiera sido devorado definitivamente por la muerte? No exagera San Pablo cuando dice que «si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe… somos los más desgraciados de los hombres» (1 Cor 15,14-20), porque creeríamos en vano, esperaríamos en vano, nos alimentaríamos de sueños, daríamos culto al vacío, nuestra alegría sería un sinsentido y nuestra esperanza la más amarga frustración.

La Palabra de Dios que acabamos de proclamar en esta hermosa Vigilia Pascual disipa nuestras perplejidades y alienta nuestra esperanza. Como las mujeres que llegan de madrugada al sepulcro para embalsamar el cadáver de Jesús, también nosotros hemos escuchado la pregunta del ángel y su gozosa noticia: «Por qué buscáis entre los muertos al que vive. No está aquí. Ha resucitado” (Lc 24,5-6). Esta es la alegre noticia que las mujeres transmiten a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo. Esta es la magnífica noticia que en esta noche santa, la Iglesia tiene el deber de anunciar al mundo en una explosión de alegría incontenible: «Jesús ha resucitado, ¡Aleluya! No busquéis entre los muertos al que vive».

Sí, su Padre lo ha resucitado, ha aceptado su sacrificio redentor, le ha devuelto el Espíritu que Él le entregara en el Calvario y ha puesto sobre Él su sello, como hiciera en el Jordán y en el Tabor, diciéndonos también a nosotros: «Este es mi Hijo, el amado, escuchadle». Por ello, es justo que en esta noche y a lo largo de toda la cincuentena pascual cantemos con el salmo 117: «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo». La secuencia, que mañana escucharemos en la Misa de Pascua, escrita probablemente en el siglo XII, incluye un diálogo lleno de lirismo e ingenuidad. En ella, el autor anónimo de este hermoso texto pregunta a María Magdalena: «¿Qué has visto de camino María en la mañana?». Y María responde con estas palabras: «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!».

En esta noche santa, María Magdalena nos hace partícipes de esta gozosa certeza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». Gracias a ella, que ve vacío el sepulcro del Señor, y a los numerosos testigos que a lo largo de la Pascua contemplan al Señor resucitado, nosotros sabemos que la resurrección del Señor no es un hecho legendario, o un hecho simbólico, sino real. No es la mera pervivencia del recuerdo y del mensaje del Maestro en la mente y en el corazón de sus discípulos. Por la misma razón, el cristianismo no es sólo una doctrina o una ideología, una fórmula de felicidad o un código de normas de conducta, sino un camino y una verdad que es vida, porque su centro es un personaje vivo, que ha resucitado y que está sentado a la derecha del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros.

Jesucristo es ciertamente un personaje histórico, pero es también y, sobre todo, un personaje actual, tan actual como cada uno de nosotros, que nos ama, que nos conoce por nuestro propio nombre, que nos habla, que nos escucha, que nos invita a su seguimiento, que desea tener una relación personal con cada uno de nosotros y que llena nuestra vida de sentido y de esperanza. Esta certeza debe transformarse en confianza y en la más firme seguridad a la hora de programar nuestro futuro.

La resurrección del Señor, por otra parte, es el fundamento más firme de nuestra propia resurrección, pues en ella el Resucitado nos abre las puertas del cielo, donde, como nos dice San Agustín, «veremos y gozaremos, gozaremos y amaremos. Este será el fin sin fin». Esta certeza alienta nuestra esperanza en la lucha de cada día, en el trabajo, en la vida familiar, en el esfuerzo por construir un mundo más humano, justo y fraterno de acuerdo con el plan de Dios. Esta certeza se convierte en seguridad, alegría desbordante y fuente de sentido ante las dificultades, cuando nos visita la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Esta certeza, por fin, es acicate en la vida moral, que es respeto a la ley de Dios, que es esfuerzo por ser cada día mejores con el estilo de quien ha resucitado con Cristo y aspira a vivir una vida nueva, como nos acaba de decir San Pablo (Rom 6,4).

Vivir esta vida nueva es posible gracias a la resurrección del Señor. Ella hace eficaz la redención obrada por Jesús en el Calvario. Ella nos abre las fuentes de la vida sobrenatural. Gracias a su resurrección se nos aplican los frutos de la Pasión a través de los sacramentos. En ellos, Cristo resucitado nos salva, nos limpia, nos purifica, nos robustece con el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, que no existiría si Cristo no hubiera resucitado. Gracias a su resurrección, nos envía el Espíritu Santo, que nos congrega en la Iglesia para que vivamos nuestra fe y nuestro compromiso cristiano acompañados por una auténtica comunidad de hermanos.

Por ello, es esta una noche eminentemente bautismal. A estas horas, en numerosas iglesias del mundo entero muchos catecúmenos estarán recibiendo las aguas regeneradoras del bautismo. Es esta una noche para renovar el don que el Señor nos regaló de forma gratuita e inmerecida el día de nuestro bautismo, sin duda la fecha más importante de nuestra vida. En ella fuimos insertados en la Pascua de Cristo, recibimos el don de la filiación, el tesoro de la gracia santificante, que nos hizo templos de la Santísima Trinidad, miembros de Cristo y miembros de la Iglesia. En esta noche renovamos nuestros compromisos bautismales, renunciamos al pecado y a los ídolos que nos esclavizan y prometemos al Señor ser siempre fieles al don espléndido de la vocación cristiana.

Termino ya con una breve alusión a la Santísima Virgen, la madre del Resucitado. Aunque nada nos dicen los Evangelios, es seguro que ella sería la primera en gozar de la visión de Jesús resucitado. No es difícil imaginar la intensidad, la ternura y la alegría profunda de María en ese encuentro gozoso. Felicitemos a María por la resurrección y el triunfo de su Hijo, que en esta noche es la Virgen de la Alegría. Pidámosle que nos haga experimentar en el tiempo litúrgico que hoy iniciamos la alegría de sabernos redimidos por el Misterio Pascual de Cristo, la alegría intensa y profunda que brota de nuestra condición de cristianos e hijos de Dios, la alegría y la esperanza por el destino feliz que nos aguarda gracias a la muerte y resurrección de su Hijo. Así sea.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla